Ana Vásquez Valenzuela
“Muss es sein?” —¿Tiene que ser?— es la última frase del último cuarteto de una canción de Beethoven que Tomás evocó antes de partir en busca de Teresa para entregarle su vida, interrogándose si la decisión que tomaría sería la correcta; y esto es lo mismo que me pregunto desde hace más de ocho años, cuando descubrí que la levedad y el peso eran polos contradictorios y, a la vez, necesarios para llegar de uno hacia el otro, y encontrar así, la tan ansiada libertad.
Me sentí envuelta en esta complicada historia desde el título, que llamó mi atención en cuanto mi maestra de Literatura me regaló la dicha de entrar en él, por la armonía de las palabras al ser conjugadas y unidas para formar la frase que me marcaría para toda la vida: “La insoportable levedad del ser”, y revelarme desde ese instante, el extraordinario enlace de un sinfín de emociones y contradicciones de delirio, mentiras y amor.
Descubrí también que cada uno de los personajes revelaban facetas mías, convirtiéndome de vez en cuando en Sabina, la pintora excéntrica, que junto a su sombrero hongo negro, iba en busca de la levedad. Otras en Franz, el amante apasionado, entregado y cursi, que solo esperaba una petición para entregar su vida al amor. Algunas en Tomás, quien era capaz de amar a una mujer y no dejar de entregarse a otras. Una que otra en la terrible Marie Claude, a quien su simpleza y personalidad insidiosa volvió detestable; irremediablemente, en Teresa, tan débil y agobiante por su pasado y sus miedos, y hasta una vez en la dulce y perceptiva Karenin. Facetas que me mostraron modos de aprovechar las casualidades de la vida, el temor de una decisión y la comprensión de nuestros sueños, que en ocasiones se vuelven persistentes y en otras perturbadoras.
Este libro me enseñó a liberarme del tan temido y ansiado peso, que en muchas ocasiones se convierte en levedad, que nos atormenta en cada camino a elegir, pues como bien indica Kundera, nuestra vida nisiquiera es un boceto, un borrador de lo que vendrá: es simplemente la vida misma y no existen vidas paralelas, para ser capaces de comparar o comprender si es que el camino a seguir es el correcto o el menos certero.
Por Kundera, conocí el vértigo, una nueva cara del amor, las casualidades y lo peligrosas que pueden resultar las metáforas, que me convirtieron en una nueva persona, capaz de calmar el peso, conjurar ese mágico vértigo y gozar de la dulce y ansiada levedad. “Es konnte auch anders sein? o muss es sein?” —¿Podía haber sido de otro modo? o ¿tiene que ser así?
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