domingo, 8 de mayo de 2011

Sin Sábato, el mundo se va quedando más ciego

El escritor peruano Fernando Iwasaki Cauti, afincado en Sevilla, conoció a Ernesto Sábato en 2002. En su último libro, "Arte de introducir", recientemente publicado, dedica un capítulo al escritor argentino a quien recibió en Sevilla y visitó en Argentina (Santos Lugares) hace poco. Este es su breve homenaje especial para Solo 4.

Fernando Iwasaki


A Ernesto Sábato le faltaba poco más de un mes para cumplir 100 años, pero la memoria de su obra ética, civil y literaria seguirá en pie durante siglos, como los pinos de Santos Lugares. Para los latinoamericanos de mi edad, Sábato no sólo era el autor de novelas memorables como “El Túnel”, “Sobre Héroes y Tumbas” y “Abbadón el exterminador”, sino especialmente el intelectual que recibió la misión de investigar los crímenes de las dictaduras militares argentinas, en virtud de su rectitud, su decencia y su lucidez. Jamás me interesó medir la valía de Sábato con la de Borges u otros grandes autores argentinos como Julio Cortázar o Adolfo Bioy Casares, pues me siento en deuda con todos ellos y nunca he creído en la ingenuidad de esas comparaciones.
Me considero un privilegiado porque en 2002 fui anfitrión de Sábato en Sevilla y, desde entonces, me honró con una amistad que disfruté en Rosario y en Santos Lugares.
A Sábato le hacía mucha gracia saber que en el colegio había estudiado la asignatura de Física con un manual suyo y que, siendo peruano, fuera 'leproso' -es decir, hincha de Ñuls-, porque Sábato era fan de Rosario Central y, por lo tanto, 'canalla'.
Finalmente, la muerte no impedirá que sus lectores celebremos su centenario como teníamos previsto y estoy seguro que Elvira (González Fraga) mantendrá siempre viva la memoria de Sábato a través de su fundación.

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