domingo, 8 de mayo de 2011

Madre

Un homenaje a mamá y a todas sus acepciones
Sandro Bossio Suárez

La primera palabra que aprendemos a pronunciar es “mamá”. “Mama” (sin tilde) es otro vocablo infantil con que solemos llamar a nuestras madres. Curiosamente, nace del misma locución que significa “teta” y que, a decir verdad, es nuestro primero manjar. Yo, por ejemplo, solía llamar “mamalinda” a mi abuela, pese a que no me dio de lactar.
Cuando vamos creciendo, cambiamos estas dulces palabras por “mamá” y “mami”, que nos acompañan toda la vida. Adolescentes ya, y algo temerarios, usamos la síncopa “ma” para referirnos a ellas. Algunas se enojan, pero, por su gran amor por los hijos, generalmente sonríen y se levantan de hombros.
Más creciditos, los varones, que moriremos con el complejo de Edipo, admiramos la belleza femenina (sobre todo la que más abundancia inviste), asemejándola a la de nuestras madres: “hola, mamacita” o, mejor, “hola, mamacita rica”. Hay otras derivaciones: “muévete más, mami”, “agítate, mamita”, “mamota, estás súper buena”. En Colombia he escuchado decir “mamaíta” con la misma connotación.
A nuestras santas ancianas, para homenajearlas y reconocerlas como nuestras ascendientes, también las llamamos genéricamente “mamitas” o, más bello aún, “mamachas”.
Nuestras mamás no sólo están en la cocina (hace poco se patentó un plato peruano llamado “Pasta a la mamacita”, que se prepara con ostión, sillao y orégano), sino también en el buen beber: en Alemania probé un ponche delicioso, hecho sobre la base de vino moscato, huevo y canela, llamado “Leche de madre”. También se le llama “madre” a los residuos del mosto (en la vinicultura) que se sienta en el fondo de la cuba.
Pero nuestra madre no sólo forma parte de nuestra niñez, ni de nuestros sueños más privados, sino también del universo de los agravios. Cuando, de chicos, nos enojamos con ella, la llamamos “madre” a secas. Y cuando debemos agredir a nuestros enemigos, nada nos resulta más ofensivo que acordarnos de sus progenitoras: hijo de mala madre, hijo de tu madre, y hasta referirnos a los santos genitales de ellas para herir al contendiente.
La madre política es la suegra (Roberto Gómez Bolaños dice que la “política” siempre lo malogra todo).
A las monjas (religiosas, freilas, preladas o profesas) también las llamamos madres, aunque hasta ahora no sé por qué. Nuestras amas y nodrizas que nos han criado son nuestras madres de leche.
En la religión, la madre de todos los hombres es la Virgen María (seguramente más la de Guadalupe, mi favorita, o la de Fátima, realmente bella), y en la biología la madre de la humanidad es la “Eva mitocondrial” (el ancestro materno de todos los humanos vivos que data de hace unos doscientos mil años). En química, las “aguas madres” son las que quedan tras la cristalización de una solución salina. La célula madre es la que se reproduce dando lugar a dos o más células hijas.
Madre es también un clavo de olor que ha estado en el árbol dos años (madreclavo). “Madre de niños” es una enfermedad semejante a la alferecía o a la gota coral.
A toda madre (y, aquí, de “puta madre”) significa a todo dar. Darle a alguien en la madre significa golpearlo y estar hasta la madre, encontrarse harto. En nuestras expresiones vulgares, sacar la madre y mentar la madre expresan formas de injuriar gravemente a nuestras madrecitas. Desmadrarse significa conducirse sin respeto ni medida. Salirse de madre quiere decir rebasar un cauce y ser la madre del cordero indica el inicio de un suceso. Lengua madre es aquella de la que se han se han derivado otras. El “paso de la madre” en hípica, se refiere al aire más cómodo que el trote, que adoptan las caballerías.
Mi abuela, que en el fondo también es mi madre, solía referirse al modo secreto de hacer algo con un término que jamás he olvidado: “hagamos esto como los polvos de la madre Celestina”.

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