Su partida deja la sensación de una pérdida irreparable. Un amigo muy querido se ha ido. Nosotros lo encontramos allá por los años ochenta; alguien apareció con un cassette de Facundo y celebramos su sabiduría y el enorme sentido de humor de aquel que mantiene la memoria de lo vivido como lección de vida. Como admirador de Atahualpa Yupanqui y José Larralde, payadores mayores del norte de la Argentina, heredó el toque de la guitarra, la poesía sabia y popular de la Milonga pampeana, pero además, incluyó, con mucha ironía, la temática urbana y las sin razones de lo moderno: “Vamos cruzando por la vida en el tren de la muerte, viendo como el progreso acaba con la gente”.
Su espíritu profundamente religioso, lo convirtió casi en un profeta de la paz, de la tolerancia, del entendimiento, pues decía que la música no es más que un pretexto para que la gente se una. Su lenguaje claro, prístino, profundo, dejaba ver una vida muy dura: pasó una niñez de carencias, por el abandono del padre al día de nacido. La imagen de una abuela y una madre analfabeta pero sabia y digna en la pobreza, cimentó su espíritu para la posteridad. Cada ocasión dramática que le tocó vivir, pudo soportarla con el enorme espíritu de esperanza que tenía y la infaltable ironía: “Soy el orgullo de mi abuela, que es la vergüenza de la familia”
Como todo cantor que opina tiene gente que lo admira y quiere, otros que critican sus posturas filosóficas, y aquellos que fueron tocados por su sarcasmo —casi siempre personalidades políticas— andarán celebrando su partida.
Podríamos llenar muchas páginas con citas textuales de sus ocurrencias, puntos de vista controvertidos sobre la sociedad de consumo, citas bíblicas e interpretaciones, sus alabanzas al amor, a la paz, a la convivencia; podríamos decir que admiró a Jesús, el de la cruz; a Gandhi y a la madre Teresa de Calcuta, que parafraseó a Tagore, a Walt Whitman y a Borges. Lo que no podemos afirmar es que se fue. Queda en nosotros toda la amistad y el amor que siempre le sobró.
Dijo alguna vez: “Existe el secuestro y el narcotráfico porque hay pendejos que no tienen los cojones para vivir la vida y prefieren asesinar”, y le quitaron la vida a un corajudo militante de la esperanza. Quienes no lo conocieron tienen ahora la ocasión de escucharlo, disfrutar, analizar, entender y solazarse con su obra. “Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido, que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. Hasta siempre Facundo.
Su espíritu profundamente religioso, lo convirtió casi en un profeta de la paz, de la tolerancia, del entendimiento, pues decía que la música no es más que un pretexto para que la gente se una.
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