La madrugada del 9 de julio Facundo Cabral fue acribillado por un grupo de sicarios mientras era transportado hacia el aeropuerto de la Aurora en Guatemala.
El compositor, había ido a ese país a realizar lo habitual en un músico de su calibre: un magistral concierto. Sin embargo, no encontró en él otra cosa que el final de su inmejorable camino, de su trayectoria impecable como artista y trovador, y de la gratificante cosecha que había conseguido como contestario y poeta revoltoso que no pocos hubieran querido ver en las sombras. Hoy, éstos parecen haber sido complacidos. Pero, sólo aparentemente, porque el mensaje de Cabral siempre trascendió sus limitaciones como ser humano y lo catapultó desde aquel lejano “Vuele bajo”, esa emotiva canción de cuna que fue la primera pieza que Cabral compuso emborrachado de ensoñación y quien sabe qué más, pero que resultó ser la piedra angular de una carrera más que admirable.
Recuerdo haber tenido mi primer contacto con Cabral siendo aún un niño que apenas era presentado a este mundo. Mi papá solía rasgar el inmortal “No soy de aquí, ni soy de allá” y poner aquellas reliquias de registro para audio conocidas como “cassettes” en una grabadora negra y enorme que reproducía la guitarra dolorosa de Cabral, y me hacía pensar en qué clase de loco podría haber escrito una canción tan desafiante para la racionalidad como lo había hecho este argentino, a quien nunca comprendí del todo, pero siempre admiré.
Amigo de Borges, admirador de Whitman, seguidor de Jesucristo, Gandhi, la madre Teresa de Calcuta (sí, todo lo escrito en Wikipedia es cierto). Cabral fue un hombre que no necesitó de ningún mérito académico, de ninguna formación rígidamente establecida para convertirse en un grande la canción o para grabar junto a Neil Diamond.
Sus inicios humildes con “los paisanos, con la familia Techeiro”, su subterraneidad como “El indio Gasparino” y su constante prédica en pro del pacifismo y de las filosofías anarquistas, le han otorgado el perfecto halo de marginalidad, de una suerte de malditismo angelical que sólo toca a unos cuantos.
Ahora, el Premio Nobel de la Paz jamás será estrechado entre sus manos de vagabundo (siempre y cuando lo hubiera aceptado). Ahora muchos tendremos la duda de sí su asesinato fue una confusión, de si él no era el destinado a esa cita con las balas insanas y criminales, de si no se trata de algo similar a lo ocurrido a Pasolini. Tendremos que consolarnos oyendo “no soy de aquí, ni soy de allá. No tengo hogar, ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad”, aunque la felicidad no sea lo primero que nos embargue al escuchar una de las canciones más bellas y tristes de la historia.
Cabral fue un hombre que no necesitó de ningún mérito académico, de ninguna formación rígidamente establecida para convertirse en un grande la canción.
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