Los sueños de Ciro Gálvez Herrera expresados en su libro “Teoría del renacimiento Andino”, cobran vigencia palpitante en estos momentos históricos. Sostiene que los gobiernos de países, poderosos y no poderosos, no comprenden o no quieren comprender los urgentes mensajes que el hombre y la naturaleza lanzan, dramáticamente, como signos de los tiempos. Que para salvar nuestro equilibrio social y nuestro equilibrio ecológico deberíamos analizar estos mensajes y, en base a la filosofía y política de los pueblos andinos, revertir nuestra sociedad en una más justa. Es Luis E. Valcárcel quien le da la razón en este aspecto al afirmar que el mundo se ha beneficiado de Perú a lo largo de siglos, con el oro, el guano y el salitre, el petróleo y últimamente la coca. Que, el Perú ha dado al mundo la mayor cantidad de plantas domesticadas para alimentar a la humanidad: papa, quinua, cañigua, frijoles, maíz, pallares, maní, yuca, ají, tabaco, coca, algodón; por este motivo, nuestra patria es reconocida como “la patria del alimento”. Pero que el mundo hasta ahora no se beneficia con el mayor tesoro de los incas: el sistema social político de economía redistributiva, modelo de sistema de gobierno de nuestro imperio. Patria del socialismo y la felicidad colectiva.
Específicamente en el Perú, el Baguazo, los levantamientos violentos de los pueblos huancavelicanos, puneños , arequipeños y juninenses no son otra cosa que el grito clamoroso de pueblos secularmente olvidados, desatendidos en la satisfacción de las mínimas necesidades vitales: alimentación, salud, trabajo, servicios básicos y educación. Pero inexplicablemente expoliados en sus ingentes riquezas y destruidos en sus entornos naturales. A esto se añaden las escalofriantes cifras de muertos indígenas de habla quechua, como producto de la guerra interna que enfrentó a las fuerzas subversivas de Sendero-MRTA con las fuerzas represivas de la policía y el ejército. Al respecto Gálvez nos recuerda que el 75% de las víctimas (51,790) eran de habla quechua. “Esta espeluznante cantidad refleja que el enemigo común para ambas partes en el conflicto fueron las indefensas comunidades campesinas y nativas, andino amazónicas, varias de las cuales fueron exterminadas completamente”. Para las castas sobrevivientes del “opus dei” y la derecha cavernaria, en todo tiempo, indios más o indios menos es igual.
Gálvez pronostica una inevitable insurgencia de las comunidades indio amazónicas como consecuencia de la pobreza, abandono, centralismo y la corrupción en las altas esferas del gobierno peruano. De la misma manera, la iglesia católica pronosticó, con diez años de anticipación (Puebla 1968), que ocurrirían las guerras insurgentes de los años 80 como consecuencia imprevisible de las brechas, cada vez más grandes, entre pobres y ricos. Los gobernantes de turno jamás quisieron, ni quieren oír estos llamados de justicia social basados en signos sociales que se proyectaban dramáticamente. Esta desobediencia nos costó 60 000 muertos.
Gálvez enfoca otra realidad tan dramática y urgente como la primera: el equilibrio ecológico en nuestra patria. “Paradójicamente, dice, la ideología occidental del desarrollo orientado a la mayor producción y a la acumulación de capitales es incompatible con la preservación ambiental y con la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas”. Díganlo sino los sendos movimientos sociales en contra de las mineras en Tía María, Arequipa, Puno, Huaraz y Cajamarca. Reclaman revertir estas agresiones a nuestros entornos naturales que llevarían al mundo a catástrofes impensables. Para esto plantea retomar la filosofía del hombre andino de vivir en armonía con la naturaleza, respetándola, cuidándola y aprovechándose de ella racionalmente, como lo hacían nuestros antepasados que consideraban sagrados el agua y la tierra.
Sostiene que en estos momentos se está revitalizando el renacimiento andino en los aspectos más sentidos de nuestra realidad. Tiene fe, al igual que Arguedas, en superar la discriminación y segregación de todos los pobres del mundo. Los postulados de Arguedas y Gálvez no son arcaicos, porque el ideal no es regresar al pasado, “sino más bien utilizar los valores del pasado, que existen todavía en las poblaciones actuales, herederas del pasado incaico y que esos valores tengan una utilidad en el futuro”, como sostiene Carmen Pinilla.
Los levantamientos violentos de los pueblos (…) no son otra cosa que el grito clamoroso de pueblos secularmente olvidados, desatendidos en la satisfacción de las mínimas necesidades vitales.
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