El anatomista
Federico Andahazi
A media tarde, Inés y el anatomista iban hasta la casa, se encerraban en la alcoba y entonces se iniciaba la cura. Inés se recostaba mansamente en la cama, deslizaba sus faldas por la superfi¬cie de sus piernas, separaba un poco las rodillas a la vez que arqueaba la espalda dejando sus¬pendidas las nalgas, suaves y prominentes, y se ofrecía a las manos del anatomista cerrando los ojos y apretando los labios todavía húmedos y teñidos con el jugo de las moras.
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