Autodesarrollo
campesino
Josué Sánchez
Oruro es una región minera que produce
oro, plata y estaño. Este departamento boliviano tiene alrededor de medio
millón de habitantes y cuenta con una riqueza cultural y artística notable.
Hace unos años, fui ahí para dictar un taller de diseño en una comunidad de la
región. Previamente, en la ciudad recopilé diseños geométricos, zoomorfos y
fitomorfos, de los diferentes restos líticos, cerámicos y textiles guardados en
sus museos, bibliotecas, iglesias y cementerios. En el Museo Arqueológico de
Oruro, por ejemplo, encontré pequeños diseños textiles de animales contenidos
en otros mayores, cual si fueran placas radiográficas; así como diseños de
animales de dos cabezas, todos tejidos en fina trama y urdiembre.
Pero si la ciudad fue una importante
fuente de información más lo fueron las pequeñas comunidades aisladas del
altiplano orureño distantes unas cinco o seis
horas de la urbe, cuyas iglesias rurales, perdidas majestuosas y
enigmáticas en la soledad de la llanura, son las más hermosas que he visto en
América. Es desconcertante encontrar en medio del llano, rodeadas apenas por
dos o tres casitas rurales, edificaciones de las dimensiones y belleza plástica
de estas iglesias.
La iglesia de Curahuara en la frontera
con Chile, por ejemplo, es una impresionante construcción de adobe de casi una
cuadra de extensión, circundada de arquerías;
en el centro, se alza una torre de aproximadamente 8 metros de alto, con
una cúpula en la parte posterior y una capilla adicional, que desemboca en un
patio también rodeado de arquerías. En el interior, en medio de la penumbra, la
luz del sol filtrándose por las pequeñas y múltiples ventanas ilumina algunos
fragmentos de los murales de tema religioso y andino que cubren totalmente el
recinto, desde el altar mayor hasta las ventanas y las puertas, entremezclando
pasajes bíblicos con escenas de la vida agraria y minera y con decoraciones de
animales y plantas, en un extraordinario muestrario iconográfico.
Luego de identificar estilos y
clasificar diseños, debía efectuarse el taller de diseño en la comunidad de
Titiri, pequeño pueblo situado al suroeste de Oruro, a más de 8 horas de viaje.
Barridas por los gélidos vientos del altiplano procedentes del Antártico,
veinte casitas de adobe con techos de paja conformaban Titiri. Los campesinos
que las habitaban vivían de la crianza de llamas y alpacas. La carne la usaban
para la alimentación y la lana como materia prima para el desarrollo de su
actividad principal: la elaboración de tapices en un centro artesanal
comunitario, usando telares verticales de gran tamaño.
El trabajo técnico era excelente, pero
los diseños eran monótonos. El taller debía orientarse a enriquecer el
vocabulario estético de los artesanos de la zona y de otros llegados de
diferentes lugares especialmente para el curso. Pronto descubrí que sería muy
fácil. Los campesinos relataban con suma facilidad los mitos y leyendas de la
rica literatura oral boliviana manifestando una afianzada identidad cultural. A
partir de esto, sólo fue necesario encaminarlos en las técnicas del dibujo
usando como muestras las iconografías recopiladas anteriormente para lograr que
de ellos brotaran inagotablemente nuevos diseños al trasladar a los tapices las
bellas historias de su pueblo. Fue un mes de maravillosa confraternidad
artística.
Con la riqueza cultural de países como
Bolivia y el nuestro, el desarrollo del campo no es un sueño imposible de
lograr. La base ideológica está dada, aparece en la vestimenta, en la vivienda,
en la literatura, en los usos y costumbres; lo único que hay que hacer es
reconocerles a nuestros campesinos la capacidad de transitar sus propios y
auténticos caminos.
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