domingo, 2 de septiembre de 2012

COLUMNA: DESDE EL ATELIER


Autodesarrollo campesino

 Josué Sánchez
 


Oruro es una región minera que produce oro, plata y estaño. Este departamento boliviano tiene alrededor de medio millón de habitantes y cuenta con una riqueza cultural y artística notable. Hace unos años, fui ahí para dictar un taller de diseño en una comunidad de la región. Previamente, en la ciudad recopilé diseños geométricos, zoomorfos y fitomorfos, de los diferentes restos líticos, cerámicos y textiles guardados en sus museos, bibliotecas, iglesias y cementerios. En el Museo Arqueológico de Oruro, por ejemplo, encontré pequeños diseños textiles de animales contenidos en otros mayores, cual si fueran placas radiográficas; así como diseños de animales de dos cabezas, todos tejidos en fina trama y urdiembre.
Pero si la ciudad fue una importante fuente de información más lo fueron las pequeñas comunidades aisladas del altiplano orureño distantes unas cinco o seis  horas de la urbe, cuyas iglesias rurales, perdidas majestuosas y enigmáticas en la soledad de la llanura, son las más hermosas que he visto en América. Es desconcertante encontrar en medio del llano, rodeadas apenas por dos o tres casitas rurales, edificaciones de las dimensiones y belleza plástica de estas iglesias.
La iglesia de Curahuara en la frontera con Chile, por ejemplo, es una impresionante construcción de adobe de casi una cuadra de extensión, circundada de arquerías;  en el centro, se alza una torre de aproximadamente 8 metros de alto, con una cúpula en la parte posterior y una capilla adicional, que desemboca en un patio también rodeado de arquerías. En el interior, en medio de la penumbra, la luz del sol filtrándose por las pequeñas y múltiples ventanas ilumina algunos fragmentos de los murales de tema religioso y andino que cubren totalmente el recinto, desde el altar mayor hasta las ventanas y las puertas, entremezclando pasajes bíblicos con escenas de la vida agraria y minera y con decoraciones de animales y plantas, en un extraordinario muestrario iconográfico.
Luego de identificar estilos y clasificar diseños, debía efectuarse el taller de diseño en la comunidad de Titiri, pequeño pueblo situado al suroeste de Oruro, a más de 8 horas de viaje. Barridas por los gélidos vientos del altiplano procedentes del Antártico, veinte casitas de adobe con techos de paja conformaban Titiri. Los campesinos que las habitaban vivían de la crianza de llamas y alpacas. La carne la usaban para la alimentación y la lana como materia prima para el desarrollo de su actividad principal: la elaboración de tapices en un centro artesanal comunitario, usando telares verticales de gran tamaño.
El trabajo técnico era excelente, pero los diseños eran monótonos. El taller debía orientarse a enriquecer el vocabulario estético de los artesanos de la zona y de otros llegados de diferentes lugares especialmente para el curso. Pronto descubrí que sería muy fácil. Los campesinos relataban con suma facilidad los mitos y leyendas de la rica literatura oral boliviana manifestando una afianzada identidad cultural. A partir de esto, sólo fue necesario encaminarlos en las técnicas del dibujo usando como muestras las iconografías recopiladas anteriormente para lograr que de ellos brotaran inagotablemente nuevos diseños al trasladar a los tapices las bellas historias de su pueblo. Fue un mes de maravillosa confraternidad artística.
Con la riqueza cultural de países como Bolivia y el nuestro, el desarrollo del campo no es un sueño imposible de lograr. La base ideológica está dada, aparece en la vestimenta, en la vivienda, en la literatura, en los usos y costumbres; lo único que hay que hacer es reconocerles a nuestros campesinos la capacidad de transitar sus propios y auténticos caminos.

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