La mirada exótica del Perú
profundo
Juan
Carlos Suárez Revollar
Primera edición, publicada en Madrid, en 1924. |
Era 1911. Ventura García Calderón (1886-1959) llevaba
varios años en París, pero regresó al Perú por unos meses para adentrarse en la
sierra de Ancash y buscar yacimientos de plata. Este episodio fue muy
importante para su futura obra, pues recogió abundante material que le iba a servir
para «La venganza del cóndor», que se publicaría trece años después.
Título
fundamental de la narrativa de García Calderón, se trata de un volumen que
reúne 24 cuentos ambientados en las profundidades de un Perú salvaje, primitivo
y místico, donde se impone la fuerza y la constante oposición entre razas,
principalmente de blancos e indígenas.
Se ha acusado
a García Calderón de hacer un retrato inexacto —y hasta caricaturesco— de los
indígenas peruanos. Además de ellos, los cuentos de «La venganza del cóndor»
tienen como personajes a gentes foráneas al mundo andino. A través de estos
últimos, el Perú profundo es contemplado desde el exterior. Ese es su mayor
acierto, pues sabedor de sus limitaciones en el conocimiento de la psicología
del indígena, el autor evita el punto de vista de este y, más bien, usa el de
los criollos y recién llegados, quienes se maravillan por una cultura que están
lejos de comprender (lo cual, atinadamente, se refuerza).
El libro
ofrece una visión eminentemente exógena, pero también muy crítica, de la
interacción entre blancos e indios en las tres regiones naturales del país.
Desde ya, se reconoce sus mundos enfrentados, en permanente colisión, en la que
los primeros oprimen a los segundos y ejercen sobre ellos una actitud hostil.
Los blancos
son retratados como seres violentos, casi irracionales, armados siempre de un
chicotillo y revólver. El salvajismo los hace matar y matarse entre sí, como en
el cuento «En los cañaverales», donde asistimos al nacimiento de un tirano
latifundista de esa clase. Pero también hay blancos que consiguen integrarse
con la naturaleza y conocer parte de sus misterios debido a que no se le
oponen, sino, al contrario, le ofrecen su respeto y devoción.
A este mundo
en crisis se suma un nuevo elemento, llamado a restablecer el equilibrio: el
misticismo, sobre el que los indios ejercen cierto dominio gracias a una suerte
de alianza con las fuerzas de la naturaleza. Hay un saber impenetrable entre
ellos y viven fusionados con su entorno terreno, pero también con el
espiritual, de apus y poderosos antepasados. La naturaleza se muestra
infalible, destructiva y feroz, y no se deja dominar. Destruye por igual a
blancos e indios, a negros y a chinos.
Ventura García Calderón (1886-1959). |
En algunos
cuentos —como en «La selva de los venenos»— la superstición se impone a la
lógica del relato y determina las decisiones de los personajes y su percepción
del contexto. «Historias de caníbales», por su parte, lleva la barbarie a su
máxima avanzada y la entremezcla con la mística y la superstición. Se trata de
una interesante trama cuyo planteamiento iba a ser repetido por algunos autores
para plasmar la inmersión del europeo insensato en las profundidades de la Amazonía hasta ser
devorado por esta.
García
Calderón se las arregla también para sugerir que el problema del indio es el
inevitable hombre blanco. Una muestra es «Fue en el Perú», que con los códigos
de la leyenda, cuenta el nacimiento de Jesucristo entre los indios. La opresión
a los hijos de Judea es similar a la sufrida por los indios: viene de gentes
poderosas y foráneas que les arrebataron lo que con justicia les pertenecía. Su
trama desesperanzadora nos remite a «El gran inquisidor», de Fiodor
Dostoievski.
Pero también
mueve al autor el ánimo de escribir una literatura de denuncia social. Por eso
el retrato de los personajes opresores —los curas, por ejemplo— es tan
estereotipado e implacable. Estos relatos son los más débiles del libro.
El sexo es
otra constante en estas tierras primitivas y obsesivas. Por eso está tan
presente en muchos relatos, como «Amor indígena», «Chamico», «El hombre de los
48 hijos» o, el mejor, «La llama blanca», que además del horrible retrato de
indígenas zoofílicos y paganos, retoma el tema del «inaferrable fantasma» de la
existencia humana, o Moby Dick.
La impecable
prosa de García Calderón ayuda a disimular la violencia en un territorio donde
la vida nada vale. Se toma además la libertad —tan literaria— de fabular, y
esboza su propia visión del Perú profundo, no necesariamente como fue, sino
como podría haber sido.
Tras varias
décadas de ataques contra «La venganza del cóndor» —muchas veces por razones
extraliterarias—, una nueva lectura libre de ideologías y prejuicios nos revela
otro de los grandes libros que pueblan la narrativa peruana.
La falta de comentarios demuestra el destierro que sufrió Ventura García Calderón de las letras peruanas por parte de Mariategui y los indigenistas. Muy bueno el articulo. Da para otros más. Ojala el tema de Ventura García Calderón resurja.
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