jueves, 11 de octubre de 2012

El efecto San Mateo y el escándalo Sokal


Jhony Carhuallanqui



«¿Sabe quién es Jules Hoffmann?, ¿no?, pero si le mencionamos que fue uno de los galardonados con el premio Nobel de Medicina en 2011», entonces usted, aunque no haya leído sobre él, asociará inmediatamente cualidades como dedicación, esfuerzo e intelectualidad, y entenderá que catedráticos en medicina buscan citarlo constantemente para darle “reputación” a sus conferencias. Así “nace” el Efecto San Mateo.
Cuando un investigador obtiene prestigio, este reconocimiento lo catapulta del laboratorio a las portadas, y sus colaboradores, discípulos y seguidores, se olvidan de la rigurosidad que demandaba en sus trabajos, asumiendo como genialidad cualquier conclusión que dé; así, si un laureado Nobel dijera una estupidez, este sería citado, comentado y hasta interpretado, pero no cuestionado, ni examinado. Así se “sostiene” el Efecto San Mateo.
Fue Robert K. Merton (padre de la Sociología de la Ciencia), quién acuñó este término para referirse a la sobrevaloración del trabajo de un reconocido  investigador en desmedro de un nuevo talento (no condecorado), aun cuando el trabajo de éste último sea igual —o mejor—, en rigurosidad y calidad que el primero.
Según Mario Bunge, «si un autor famoso F colabora con un desconocido D, en un trabajo hecho casi exclusivamente por D, la gente tiende a atribuirle todo el mérito a F»; así, si el editor de una revista recibe dos novelas, una enviada por el ganador de un premio nacional y el otro por un estudiante de literatura, la decisión es casi instintiva para publicar y, si son coautores, se resalta al primero.
La Ley de Lotka dice que «el menor número de autores publica el mayor número de trabajos», pero debe indicarse que esto es porque toda revista pugna por publicar autores “reconocidos”, de los que ya ni evalúan la calidad de sus trabajos. Recordemos el llamado “escándalo Sokal” que remeció a las ciencias sociales.
Alan Sokal es un físico laureado que intencionalmente tergiversó conclusiones de investigaciones y las envió a acreditadas revistas como “Social Text”. Los revisores al enterarse de su “prestigio” no escatimaron cumplidos sobre su trabajo, que, entre otras incoherencias, asociaba la física cuántica con el psicoanálisis sin mayor argumento ni fundamento. Los barbarismos de sus premisas estaban llenas de términos extraños y mal empleados que hacían del cuerpo investigativo un guión de ficción, pero aun así lo publicaron.
El mismo Sokal terminó por desmantelar la jugarreta y demostrar lo poco confiable que son las revisiones cuando alguien con mérito intenta publicar. Su artículo tenía el respaldo de su prestigio y estaba plagado de citas de reconocidos intelectuales franceses y norteamericanos, lo que le dio mayor “valor académico”, aunque fuera una farsa. Luego con Jean Bricmont publicaría “Imposturas intelectuales”, donde cuestiona —por no decir lapida—, trabajos de Kristeva, Lacan, Debray, Latour, Bergson y otros.
Sokal también dejó en evidencia la pretensión errónea de validar argumentos propios de las ciencias humanas con categorías matemáticas, que desconocen y mal emplean los “científicos sociales”. Así por ejemplo, Lacan decía que «el órgano eréctil es igual a la raíz cuadrada de -1». Kristeba, sin entender las matemáticas, quiso explicar la Teoría del Lenguaje Poético en base a la Teoría de Conjuntos. Quién los entiende.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario aquí.