Jhony Carhuallanqui
«¿Sabe quién es Jules Hoffmann?, ¿no?,
pero si le mencionamos que fue uno de los galardonados con el premio Nobel de
Medicina en 2011», entonces usted, aunque no haya leído sobre él, asociará
inmediatamente cualidades como dedicación, esfuerzo e intelectualidad, y
entenderá que catedráticos en medicina buscan citarlo constantemente para darle
“reputación” a sus conferencias. Así “nace” el Efecto San Mateo.
Cuando un investigador obtiene
prestigio, este reconocimiento lo catapulta del laboratorio a las portadas, y
sus colaboradores, discípulos y seguidores, se olvidan de la rigurosidad que
demandaba en sus trabajos, asumiendo como genialidad cualquier conclusión que
dé; así, si un laureado Nobel dijera
una estupidez, este sería citado, comentado y hasta interpretado, pero no
cuestionado, ni examinado. Así se “sostiene” el Efecto San Mateo.
Fue Robert K. Merton (padre de la Sociología
de la Ciencia), quién acuñó este término para referirse a la sobrevaloración
del trabajo de un reconocido
investigador en desmedro de un nuevo talento (no condecorado), aun
cuando el trabajo de éste último sea igual —o mejor—, en rigurosidad y calidad
que el primero.
Según Mario Bunge, «si un autor famoso F colabora con un
desconocido D, en un trabajo hecho casi exclusivamente por D, la gente tiende a
atribuirle todo el mérito a F»; así, si el editor de una revista recibe dos
novelas, una enviada por el ganador de un premio nacional y el otro por un
estudiante de literatura, la decisión es casi instintiva para publicar y, si
son coautores, se resalta al primero.
La Ley de Lotka dice que «el menor número de autores publica el mayor
número de trabajos», pero debe indicarse que esto es porque toda revista
pugna por publicar autores “reconocidos”, de los que ya ni evalúan la calidad
de sus trabajos. Recordemos el llamado “escándalo Sokal” que remeció a las
ciencias sociales.
Alan Sokal es un físico laureado que
intencionalmente tergiversó conclusiones de investigaciones y las envió a
acreditadas revistas como “Social Text”. Los
revisores al enterarse de su “prestigio” no escatimaron cumplidos sobre su
trabajo, que, entre otras incoherencias, asociaba la física cuántica con el
psicoanálisis sin mayor argumento ni fundamento. Los barbarismos de sus
premisas estaban llenas de términos extraños y mal empleados que hacían del
cuerpo investigativo un guión de ficción, pero aun así lo publicaron.
El mismo Sokal terminó por desmantelar
la jugarreta y demostrar lo poco confiable que son las revisiones cuando
alguien con mérito intenta publicar. Su artículo tenía el respaldo de su
prestigio y estaba plagado de citas de reconocidos intelectuales franceses y
norteamericanos, lo que le dio mayor “valor académico”, aunque fuera una farsa.
Luego con Jean Bricmont publicaría “Imposturas intelectuales”, donde cuestiona —por
no decir lapida—, trabajos de Kristeva, Lacan, Debray, Latour, Bergson y otros.
Sokal también dejó en evidencia la pretensión errónea de
validar argumentos propios de las ciencias humanas con categorías matemáticas,
que desconocen y mal emplean los “científicos sociales”. Así por ejemplo, Lacan
decía que «el órgano eréctil es igual a
la raíz cuadrada de -1». Kristeba, sin entender las matemáticas, quiso
explicar la Teoría del Lenguaje Poético en base a la Teoría de Conjuntos. Quién
los entiende.
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