«Amor indígena»
Ventura
García Calderón
Aquello fue
salvaje, como en las historias de la Conquista. Me encerré, despedí al chino aterrado,
y la indiecita fue mía sollozando palabras que yo no acertaba a comprender.
Estaba primorosa con su alucinado temor y su respeto servil al hombre blanco.
Me alentaba por primera vez esa alegría de los abuelos españoles que derribaban
a las mujeres en los caminos para solaz de una hora y se alejaban ufanos a
caballo, sin remordimiento y sin amor. La linda niña me miraba sumisa como a su
dueño. Era su carne prieta, de Sulamita, porque el sol le estragó el color, y
en el desorden del manto, violeta como la tarde de las serranías, asomaban
redondeces del plenilunio. Y cuando harté mi deseo, salí.
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