Los aires difíciles
Almudena Grandes
Rodeó con un brazo el
cuerpo de Charo para atrapar uno de sus pechos, el objeto de aquella lejana y
grosera exhibición, y lo amasó, y lo apretó, y lo estrujó, y lo pellizcó mientras,
en su cabeza, la voz de un chico torpe y sin suerte que hablaba con Dios y
decía te quiero sin mover los labios (…) Ella no se quejó, no dijo nada, pero
la pinza que se había cerrado sobre su pezón derecho precipitó quizás su
siguiente movimiento, y Juan pudo anticiparlo, interpretó sin dificultad sus
intenciones cuando Charo decidió cambiar de objetivo y separó la cabeza de la
suya para zambullirse sin transición alguna en su vientre, y ahora aquellos
labios que parecían tan satisfechos antes de sangrar en vano recorrían las
paredes verticales de su sexo para procurarle un placer creciente, razonable,
conocido.
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