Jhony Carhuallanqui
Según la Ley Nro. 26937,
el ejercicio de la actividad periodística es “libre” y no amerita colegiación
profesional, disposición ante la cual, el Colegio de Periodistas del Perú
solicitó la inconstitucionalidad de dicha norma, pero el Tribunal
Constitucional fue tajante al declarar infundado dicho pedido. Así que
cualquier persona —tómese literalmente—, podrá hacer periodismo, amparado, y a
veces encubierto, en el derecho a la Libertad de Expresión.
La disputa entre los
profesionales y prácticos (empíricos) del periodismo es algo tan irrelevante
como grotesco, pues en ambos “lados” encontramos brillantes ejemplos de
sensatez, como también de infamia y negligencia, así que profesional o no
profesional en periodismo, la “responsabilidad” que asumen al investigar,
componer y difundir un hecho, es lo que
en verdad importa, pues como dice Alberto Fuguet en “Tinta Roja”: «El periodismo, como la prostitución, solo se
aprende en la calle».
Definitivamente, un
diploma no acredita la aptitud del periodista. Gabo, en su célebre discurso “El mejor oficio del mundo”, asegura que
la mejor cátedra se daba en las salas de redacción, luchando por confirmar un
dato ante la inminencia de la “hora de cierre” y cualquier duda se recurría al
mejor catedrático: el editor, “que antes
era un papá sabio y compasivo” y ahora, —a decir de Ignacio Ramonet—, es un
empresario que ve a la información como mercancía, no sabe nada de periodismo, pero sí, de
negocios.
Luis Miró Quezada decía
que: “El periodismo puede ser la más
noble de las profesiones o el más vil de los oficios”, y como ejemplo
tenemos El Washington Post, que se hizo famoso por el trabajo impecable de los
periodistas Woodward y Bernstein que destaparon el Caso Watergate
(que terminó con la dimisión de Richard Nixon de la presidencia de EE.UU.),
pero también, este diario fue víctima de las artimañas de Janet Cooke, una
periodista que inventaba y falseaba datos, y que tuvo que devolver el premio Pulitzer que había recibido.
La verdad es el alma de
un periodismo responsable y comprometido: The New York Times tuvo que denunciar
a su reportero Jayson Blair, pues en la “verificación” de sus notas, se
descubrió que citaba personas a las que nunca había entrevistado y refería lugares
que jamás había visitado. Sería interesante que todos los medios tuvieran un
sistema de control similar.
El periodismo es el
“Cuarto Poder” y en una sociedad donde el Estado es ajeno a las necesidades del
pueblo, se convierte en el primero y único, sólo que hay “periodistas” que no
entienden esa gran responsabilidad y fungen de “mesías justicieros” que a la
larga solo empeoran los conflictos. Kapuściński en su ensayo “Los cínicos no sirven para este oficio” señala que “las malas personas no pueden ser buenos
periodistas”.
El
periodismo también implica riesgo y persecución, según Reporteros Sin Fronteras
(RSF), en lo que va del año son 44 periodistas muertos, y 146 han sido
encarcelados, y la Asociación Nacional de Periodistas del Perú
(ANP) ya ha denunciado 49 agresiones.
En un reconocimiento
tardío —20 años después—, el Gobierno Peruano declaró como “Héroes de la Democracia y del Periodismo”
a los ocho corresponsales asesinados en Uchuraccay, pero ello no basta, hay que
formalizar mecanismos de protección que garanticen la seguridad de los hombres
de prensa en su labor.
En estos tiempos
modernos, o de banalidades como dice Mario Vargas Llosa en “La Civilización del Espectáculo”, lamentablemente prolifera “el periodismo irresponsable de la
chismografía y del escándalo”, y sólo quedan dos opciones: nos unimos o lo
combatimos.
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