Operación
Skyfall: cuando los héroes envejecen
Jorge Jaime Valdez
El agente secreto Bond, James Bond, es un personaje que
forma parte de la mitología cinematográfica. Lleva cincuenta años, desde 1962,
acumulando espectadores y fanáticos a lo largo del mundo. Fueron seis actores
quienes dieron vida al agente inglés, el primero fue Sean Connery y el último
es Daniel Craig. Entre ellos también estuvieron George Lazenby, Roger Moore, Timothy
Dalton y Pierce Brosnan.
La reciente entrega de esta larga saga es “Operación Skyfall”, y es la tercera
participación de Daniel Craig como protagonista. Después de mucho tiempo,
volvemos a ver una cinta convincente, que tiene la fuerza y la emoción de las
grandes películas.
Después de un inicio convencional, la poderosa voz de
Adele abre la historia con una animación magnética. Hacia la mitad del filme,
aparece el villano encarnado por, el ganador del Oscar, Javier Bardem, en una
actuación exagerada como el antagonista de Bond, pero que sabe darle el color y
la ambigüedad necesaria que todo buen villano debe tener. Es amanerado, pero
también sádico, rencoroso y pasional, débil mas también inteligente.
Logra que olvidemos por momentos, o al menos, que no lo
confundamos con su notable interpretación de otro asesino, más sanguinario e
inquietante: Anton Chigurh, que caracterizó en la formidable cinta de los
hermanos Coen, “Sin lugar para los débiles” —o “No Country for Old Men” en su título original—, que lo consolidó
como un gran actor y le dio su primera estatuilla dorada.
Esta presencia se luce junto a Judi Dench, y ambos logran
relegar al agente 007 un poco más atrás. Esto no quiere decir que Craig no esté
bien, todo lo contrario, es uno de los mejores Bond de la franquicia, es duro y
envejece con dignidad, no tiene el glamour de Connery ni de Moore, pero demuestra
más fuerza que ambos. Está envejeciendo, y se nota el paso del tiempo en su
rostro maltrecho, descuidado, lleno de magulladuras que su oficio, y el paso
del tiempo, le dieron. Para esta era moderna es un veterano y sede, de a poco,
a los jóvenes llenos de avances tecnológicos que se burlan de los antiguos
artefactos del disminuido detective.
Hay una crítica sutil a la tecnología. Los agentes de la
vieja guardia, encarnados por Craig y Dench, sobrevivieron a la caída del Muro
de Berlín y a la Guerra Fría, pero parecen retroceder ante los cambios del
mundo.
Las mejores secuencias del filme se encuentran hacia el
final, cuando Bond vuelve a Escocia a reencontrase con su pasado y a saldar
cuentas. Resulta simbólico, por decir lo menos, ver a los “hermanos” —los dos
son hechura de la agente M—, y a la “madre” de ambos, arreglando deudas de
sangre bajo la cruz de una vieja iglesia. Esta parte es sombría y menos
luminosa que en Turquía y China; sin embargo, está mejor.
La fotografía virtuosa de Roger Deakins se luce dándole
aires de “Cine Noir” o de Gánsteres, géneros conocidos con creces por su
director, e incluso hay referencias sutiles a la tradición del western.
Este final largo y épico, nos recuerda a “Batman, el
caballero de la noche” de Cristopher Nolan, y también a cintas anteriores de
Sam Mendes, sobre todo, “Camino a la perdición”.
Finalmente, solo queda recomendar con entusiasmo esta película,
que no da respiro a pesar de su largo metraje. Bond sigue vigente a pesar del
paso inexorable del tiempo, y Mendes, su director, supo ponerle su sello
personal a un personaje que parecía haber perdido vigencia.
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