domingo, 25 de noviembre de 2012

PLAN LECTOR: TRADICIONES ORALES ANDINAS N° 2


El pacto con el diablo

Isabel Córdova rosas

En las alturas de nuestro valle, había un pueblo muy pobre. Y para colmo, ese año, las heladas y la falta de lluvia habían terminado con la siembra. El jefe de la comunidad estaba muy preocupado.
—Los jóvenes y los adultos se irán a la ciudad a trabajar. Los que no podrán resistir el hambre serán los niños —le comentó a su esposa.
—Hasta el cielo nos ha quitado la lluvia —le contestó Josefa, con mucha tristeza.
—Soy capaz de hacer un pacto con el mismo diablo para salvar a nuestro pueblo. Uno de los comuneros me ha contado, que en la falda del gran cerro,  un hombre muy elegante le ha ofrecido mucho dinero. Pero él no le ha aceptado, porque a cambio, le pedía su alma.
—Es el diablo. Ten cuidado —le dijo su esposa, con miedo.
—Ya lo sé. Veré que trato hago con él.
—Domingo, tengo miedo por ti —le dijo llorando la mujer.
—No te preocupes. El diablo se queda chiquito frente a los políticos que nos prometen de todo. Nos dan dinero y nos regalan camisetas con sus nombres y después, se olvidan que existimos. Pero nosotros no somos tontos, nunca les hemos votado, porque preferimos a gente que nos apoye —le respondió.
Domingo salió muy entrada la noche. Tenía que estar en ese lugar a la una de la mañana, como le había dicho el comunero.
La luna llena y los millones de estrellas, le favorecieron en su escarpado camino hacia el cerro.
Domingo llegó puntual y en ese momento apareció un hombre delgado, vestido de negro y ojos rojizos y brillantes.
—Buenas noches señor diablo —le saludó.
—Nada de señor. Don diablo, a secas —le contestó con voz cavernosa, como salida de ultratumba, y fue directo al grano—. Estás aquí  porque quieres ser el hombre más rico de tu pueblo, ¿no es así?
—Sí, don diablo.
—¿Lo quieres sólo para ti?
—Sí, quiero todo el dinero, sólo para mí.
—Así me gusta. ¿Sabes que tienes que firmar un contrato?
—Sí, don diablo —respondió Domingo.
—Te convertirás en un hombre poderoso. Te doy diez años de riquezas. Cumplido el plazo, vendrás a esta misma hora a entregarme tu alma. Serás bien recibido en mi candente palacio —y desapareció.
Cuando llegó a su casa, encontró dos baúles grandes, repletos de billetes y  monedas de oro.
Al día siguiente, convocó a su comunidad y les contó lo ocurrido. Los comuneros sintieron pena y agradecimiento por el sacrificio que había hecho su jefe. Todos prometieron guardar el secreto.
Domingo y los comuneros fueron a la ciudad. Compraron semillas, abono, instrumentos de labranza, víveres, ropa y medicinas para todo el pueblo. Entre todos construyeron la escuela, la posta médica y arreglaron sus casas. Los niños ya no pasarían hambre.
Pasaron los diez años y llegó la fecha indicada. Domingo se fue con la misma ropa de siempre. Cargó en su burro los dos baúles. Sólo había gastado la mitad del dinero de uno de ellos. Su esposa, sus hijos y los comuneros, se despidieron llorando.
—No se preocupen —les dijo—, volveré para el desayuno.
El diablo le esperaba frotándose las manos.
—Llegas a tiempo. Nos vamos, le dijo el diablo.
—Usted se va solo, don diablo. El trato era que si yo me hacía rico, le entregaba mi alma.
Entonces, le dio la relación de los gastos que había hecho, explicándole que para él no había usado ni un sol.
El diablo, de pura rabia, explosionó junto con los dos baúles de dinero, dejando un fuerte olor a azufre. Domingo llegó a su pueblo para tomar el desayuno.

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