Los pasos perdidos
Alejo
Carpentier
Ruth me volvía del escenario, ahora, seguida
por un rumor de aplausos, zafando presurosamente los broches de su corpiño.
Cerró la puerta de un taconazo que, de tanto repetirse, había desgastado la
madera, y el miriñaque, arrojado por sobre su cabeza, se abrió en la alfombra
de pared a pared. Al salir de aquellos encajes, su cuerpo claro se me hizo
novedoso y grato, y ya me acercaba para poner en él alguna caricia, cuando la
desnudez se vistió de terciopelo caído de lo alto que olía como los retazos que
mi madre guardaba, cuando yo era niño, en lo más escondido de su armario de
caoba.
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