Barranco por un artista adolescente
Juan Carlos
Suárez Revollar
«La
casa de cartón» es una novela. No una novela en el sentido estricto
del género, sino en una forma experimental, revolucionaria, que sigue los
audaces intentos narrativos de la época, llegados desde el otro lado del mar de
manos de autores como James Joyce o Marcel Proust. Entre ellos, John Dos Passos
había convertido a Nueva York en protagonista de «Manhattan Transfer» (1925). Lo hizo influido por Joyce, quien
consiguió que Dublín, a través de un gran retrato colectivo de la ciudad,
tomara rasgos palpables de personalidad.
Martín Adán
—seudónimo de Ramón Rafael de la Fuente Benavides — empezó a escribir «La casa de cartón» en 1924 y la publicó
cuatro años después. Más que en una historia, se centró en delinear a su
protagonista: el distrito de Barranco, donde destacan el mar, el malecón, la
ciudad. La estructura sigue un modelo de «collage»
de cuadros breves donde, en forma de estampas, hace conocer al lector la
geografía barranquina y a sus pobladores de inicios del siglo XX. Estas
visiones se presentan desde la mente del personaje-narrador. Predomina en el
libro una técnica recién desarrollada por Joyce en «Ulises» (1922): el monólogo interior y el fluir de la conciencia.
Ese caos narrativo, agravado por la ambigüedad del tiempo, crea la impresión de
que ocurre más lenguaje que acción. Pero en su borrosa trama se superponen
muchas imágenes y personajes que llegan a un ritmo vertiginoso. Todo ello hace
posible leer «La casa de cartón» como
un poema en prosa, pero también como la moderna novela que es.
La difusa
historia es apenas sugerida por el narrador, un colegial innominado al que
atormentan diversos conflictos. Al arrancar el libro tiene catorce y a la mitad
«dieciséis años y el bozo crecido». Somos testigos de su maduración, su
iniciación en el amor, su aprendizaje literario, su soledad y su
interiorización del significado de la muerte. El personaje más palpable del
libro (después de la ciudad) es Ramón, quien como colega y cómplice, es también
guía y, en cierta forma, rival del narrador —por haber poseído antes a Catita,
una Penélope infiel «catadora de mozos», entusiasta por el placer antes que por
sus ocasionales amantes—. Los paralelos entre ambos (además de con el propio
autor) crean la perturbadora sospecha de que podría tratarse del desdoblamiento
de un mismo individuo.
Martín Adán
renuncia a la objetividad absoluta y la invisibilidad del autor, perseguidas
por Joyce y Dos Passos, para construir un relato subjetivo e introspectivo, que
hace preciso identificar los recovecos de la narración a fin de seguir el hilo
de la historia.
Antes que
retratar personajes, el libro reproduce, más bien, tipos. El paso de cada uno
de ellos —incluso en sus fugaces apariciones— permite delinear una
representación de la ciudad que los alberga, filtrada por la sensibilidad de
artista adolescente del narrador. Existe la imagen constante de un Barranco
cosmopolita, donde conviven limeños adinerados con pintorescos europeos que
mantienen sus costumbres autóctonas. Pero, también, se halla un halo de
integración y de referencias cruzadas —a través de Manuel, por ejemplo— entre
lo europeo y lo nacional, entre París y Lima, entre el Moulin Rouge y el Jirón
de la Unión. E
igualmente, con los habitantes de otras partes del país, en particular de la
sierra, retratados como personajes exóticos, vistos desde lejos y apenas
insertos en la creciente urbe como obreros o empleadas domésticas, cuyo número
a las afueras de la ciudad es cada vez mayor.
En la
subjetividad del narrador se aprecia el desgano y una casi sinrazón de vida.
Ello es más notorio desde la «muerte»
de Ramón, en que el relato se hace más difuso e intangible y pasa de la
realidad aparente a una representación análoga a los sueños.
Aunque se les
menciona con sarcasmo, aparecen a lo largo del libro referencias a decenas de
autores cuya obra le sirve de base, especialmente Joyce y su personaje Stephen
Dedalus, de «Retrato del artista
adolescente» y «Ulises», con los
que guarda estrecha relación.
«La casa de cartón» no solo significó la inserción
del contexto urbano en la novelística del país, sino el principal antecedente
de los escritores de la generación del cincuenta, quienes, igual que Martín
Adán, utilizarían las modernas técnicas narrativas provenientes de Europa y
Estados Unidos para revolucionar la literatura peruana.
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