La casa de cartón
Martín Adán
Lalá se perforaba las orejas con los meñiques; sus
ojos y sus dientes castañeteaban. Yo la besé súbitamente, sin motivo, detrás de
una ola achacosa y complaciente que no seguía adelante; el beso resonó en la
tarde como en un teatro. El agua estaba negra y verde a motas. Los rieles del
muelle se quebraban y deshacían por abajo en estrías de sombra… Parecía que
todo iba a derrumbarse —el cielo con el horizonte en llamas; el mar, lleno de
agujeros de oleajes; el muelle con los hierros que se disolvían en el mar—. Yo
no quería a Lalá. Mis dedos estaban arrugados, endurecidos —Lalá sopló sobre
ellos un aliento húmedo y tibio de pulverizador de peluquero—. Salimos del baño
como del lecho, como de un sueño… Lalá bostezó.
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