Del teatro al cine
Sandro Bossio
Suárez
¿Quién no recuerda la escena en que
Ben Hur (Charlon Heston) desciende al Valle de los Leprosos y ve a su madre,
Miriam (Martha Scott), salir a recibir los víveres que le lleva Esther (Haya
Harareet)? ¿Quién podría olvidar el momento en que el desconsolado hijo se
esconde y, vuelto contra el roquedal, llora metiendo el rostro entre los
brazos? Esa es, desde luego, una actuación auténticamente teatral.
Escuchamos y leemos permanentemente
que el cine es vástago de la fotografía, es más –y quienes lo afirman tienen
mucha razón–, que el cine es fotografía; pero pocas veces hemos asistido a la
defensa de la otra gran verdad: el cine es también vástago del teatro.
Para entenderlo mejor es necesario
acercarnos al teatro previo al nacimiento del cine. En la segunda mitad del
siglo XIX el clasicismo romántico está de moda. Los decorados teatrales se han
adecuado a la historia, se utiliza la luz de gas para la iluminación, pero,
sobre todo, se ha modificado la actuación. Ésta se hace más dramática, con
acentuación de los brazos y gestos corporales.
Es precisamente lo que encontramos en
los inicios del cine, sobre todo en las películas épicas (“Cabiria” e
“Intolerancia”). Esta actuación, a veces sobreactuación, se extiende hasta
mediados del siglo XX, más notorias en las péplum más famosas de la época:
“Hércules”, “Ben Hur”, “Los diez mandamientos”, “Cleopatra”, “Espartaco”, “Quo
Vadis?”.
Algunas películas de Alfred Hichcok
(“Corresponsal extranjero”) y de John Huston (“El halcón maltés”) muestran
también este ingrediente. Incluso ahora último encontramos actuaciones teatrales
trasvasadas al cine en filmes tan modernos como “Titanic” (recordemos la escena
en que Zane dispara a Di Caprio y Winslet en el inundado salón del barco),
“Gladiador” o “Ágora” (otra vez péplum contemporáneas).
El teatro y el cine tienen una
relación de alianza solidaria: el primero le otorgó historias y técnicas
actorales al segundo, y éste le confirió métodos modernos al primero. Citemos a
“El ángel exterminador” de Buñuel como referente obligado de esta unión. O a
“Los idus de marzo”, de George Clooney, basada en una obra teatral de Beau
Willimon. O a “Doce hombres sin piedad”, de Sidney Lumet, sobre una obra
de teatro de Reginald Rose. El dramaturgo que destaca es Tennessee
Williams, cuya obra maestra “Un tranvía llamado deseo” fue dirigida por Elia
Kazan en 1951 con Marlon Brando y Vivien Leigh. Otro autor al que no podemos ignorar es William
Shakeaspere: “Macbeth” fue adaptada por Orson Welles en 1948
y por Akira Kurosawa en 1957. En 1999 Michael Hoffman vuelve a llevar
a Shakespeare al cine con “El sueño de una noche de verano”.
Ahora último
se ha realizado “¿Sabes quién viene?” del maestro Roman Polanski, basada en una
obra teatral de
Yasmina Reza. Extraordinaria como todas las de Polanski, se trata de una puesta
en escena prácticamente dramática en la que dos matrimonios discuten después de
que sus respectivos hijos han peleado en el parque. La vimos en Lima porque
desde hace mucho no guardamos esperanzas de ver nada bueno en Huancayo, aunque
a veces, por milagro, encontramos buenas
películas independientes a las que le han cambiado de nombre para
hacerlas más atractivas a la taquilla.
Es realmente una lástima que las
distribuidoras, como Delta Films, y la cadena de cine que tenemos en la ciudad,
subestimen a los espectadores huancaínos (y no digo cinéfilos), exhibiendo
películas tramposas, comedias oportunistas, melodramas insulsos, trilogías de
sangre espesa, películas peruanas baratas (la buena “Cielo oscuro”, aun siendo
de un director local, sólo estuvo en cartelera unos días).
Tristemente, no hemos recibido el
homenaje a “El padrino”, como sí lo vieron los limeños, chiclayanos,
arequipeños y piuranos; así como no vimos “Temple de acero”, de los Coen; “El
peleador” de David Rusell; “Amigos” de Olivier Nakache; y, un verdadero crimen,
“A roma con amor” del genial Woody Allen. Imagino que, aunque está anunciada,
tampoco veremos “Las curvas de la vida” de Clint Estawood. Por ello, levantamos
nuestra voz de protesta por esa marginación. Ocurre porque, es claro, estas
películas no son comerciales. Pero hay una solución: adaptar una sala (quizás
la más pequeña y lejana del pasadizo) para estrenos de este tipo en horarios
nocturnos, como lo hacen varios cines de la misma cadena en otras ciudades
importantes.
Para terminar con el tema del teatro y
el cine, también ocurre lo contrario: obras cinematográficas que fueron
adaptadas con éxito a las tablas. “Historias de la radio” es una estupenda
adaptación del cine español que duró muchos años sobre el escenario.
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