Roberto Loayza
Cárdenas
Para 1971, Francis Ford Coppola tenía
muchos problemas encima, sus primeros pasos como director habían sido erráticos
con producciones de bajo nivel y casi nula aceptación por parte del público. Su
compañía “American Zoetrope” había producido la cinta de ciencia ficción de su
amigo y socio George Lucas, “THX 1138”, que lo había dejado en la bancarrota.
En esos momentos aciagos la Paramount
se le acercó para que dirija el “best seller” del italoamericano Mario Puzo, un
libro que ya se encontraba entre los más leídos por un público norteamericano
ávido por conocer las entrañas de una poderosa familia de mafiosos, liderada
por el irresistible don Vito Corleone.
Coppola se negó, al igual que otros
grandes como Sergio Leone y Peter Bogdanovich lo habían hecho antes que él. Francis
adujo que no podía hacer un filme tan violento que involucre a los italianos, y
menos a los de la zona sur de donde provenían los ancestros del director:
Basilicata, y también donde se encontraban los más famosos y sanguinarios
exponentes de la mafia: Sicilia.
Sin embargo, el director, un poco
urgido por las necesidades monetarias en las que se encontraba, aceptó siempre
y cuando las cosas se hagan según sus condiciones.
Luego de superar cientos de
inconvenientes y de enfrentarse a los todopoderosos directivos de la Paramount,
Coppola empezó a tejer la obra cumbre de la cinematografía mundial, arriesgando
el pellejo al elegir al problemático Marlon Brando para el papel de don Vito, y
al desconocido y menudo Al Pacino como su hijo menor, Michael. Amenazaron con
despedirlo, con desaparecerlo de Hollywood, pero Francis persistió, conservó su
honor y siguió trabajando durante los 77 días que duró el rodaje.
El 15 de marzo de 1972, la cinta era
estrenada y el éxito fue absoluto. Por primera vez, la gente se ponía
inevitablemente del lado del villano, mas no de cualquiera, de un villano al
que no se le puede reprochar nada de lo que hace para proteger lo más valioso
que tiene, su familia.
Como nunca antes hicieron, la historia
de la mafia era contada desde adentro de sus paredes, en medio de una pomposa
fiesta de bodas o de casuales cenas rápidas, y ahí radica su encanto y
familiaridad, en esos cuartos oscuros, llenos de grandilocuentes muebles, olor
a espaguetis y cabellos engominados, en esos ambientes se nos presenta a los
Corleone, el dominante Don Vito y sus hijos: el irascible Sonny, el tímido y
algo torpe Fredo, la candorosa Connie y el brillante Michael, además del hijo
adoptado de la familia, el “consigliere” Tom Hagen.
A pesar de que es don Vito el
personaje del libro de Puzo, en la cinta es su hijo menor Michael quien prepondera.
Un joven héroe de la II Guerra Mundial quien no aprueba las “actividades” de su
familia, pero que se ve obligado a integrarse cuando la vida de su padre corre
peligro, dando un giro en su existencia con la
memorable escena del beso de mano de hijo a padre. A partir de entonces,
el rostro antes tranquilo de Michael adquiere una tonalidad siniestra y
distante que lo llevará a tomar las riendas de la familia.
Muchas de las escenas del filme se
encuentran en los anales de la historia del arte, y son constante fuente de
estudio de todo aquel que aspire a ser cineasta, como cuando el magnate Jack
Woltz encuentra sobre su cama a su caballo, el atentado contra el Padrino
mientras compra fruta, el asesinato del traficante de drogas y el policía corrupto
en el restaurante italiano, el acribillamiento de Sonny en la caseta y,
especialmente, la shakesperiana secuencia bautismal hacia el final de la obra.
Un deleite audiovisual eterno,
sazonado con la inolvidable música del romano Nino Rota, fundamentalmente en el
“Vals” y en el “Tema de amor” que ya forma parte del soundtrack de nuestras
vidas.
Con decenas de premios, records de
taquilla y múltiples números 1 en diversas listas de las mejores películas de
todos los tiempos, “El Padrino” cumple 40 años y sigue mostrándonos toda su
grandeza.
Suerte de pocos poder verla en las
salas por estos días en su remozada edición digital, culpa de algún despistado programador de cine que, en
medio de su ignorancia, repleta de boberías las salas de nuestra sufrida y culturalmente
olvidada ciudad.
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