Enrique Ortiz Palacios
Las
imágenes en la que una modelo brasileña se fotografía en el desastre del
huracán Sandy, que por cierto también afectó a países como Cuba y poco o nada
se ha difundido; la histeria y largas colas de un grupo de fanáticas esperando
a su grupito de cantantes coreanos; el tipo ése con su desentonado y monótono
“Baile del caballo”; o la “brillante” publicidad contra el cáncer de piel, en
la que solo se resalta la frivolidad; todo ello es ejemplo del “kitsch”, es
decir, de la cultura del mal gusto, que además coincide con las épocas de
desintegración de valores.
Hace
unas semanas, les sugerí a mis alumnos de Diseño Gráfico, urgidos de dinero
para un proyecto, que fotografiaran a uno de sus compañeros previamente maquillado de tal manera que
sugiriera que estaba muy enfermo, luego que subieran la imagen a Facebook
pidiendo una colaboración a tal o cual cuenta bancaria, y esperaran los pingues
resultados.
Cuando noté en sus rostros una
iluminación, como cuando Colón llegó a las Américas, tuve que decepcionarlos al
decirles que eso constituía una inmoralidad y hasta un delito. Además los del
entorno fujimorista ya se me habían adelantado a la idea.
Umberto Eco en su libro “Apocalípticos
e integrados”, desarrolla de manera más amplia la cultura del “kitsch”, de las
masas fácilmente manipulables a través de repetitivos mensajes publicitarios
que apelando a recursos simples y vulgares —como el mencionado líneas arriba—,
y recurriendo a palabras redundantes o sonidos monótonos, casi primitivos como
en el “Baile del caballo”, logran su cometido: consumir, consumir, consumir y
para nada pensar.
Se le engaña al consumidor haciéndole
creer que cuanto más moderno es el celular que lleva, más cerca está de la
gente “bien”, de aquel grupo privilegiado que conversa con Dios. Y ese monstruo
llamado publicidad está ahí, husmeando en nuestros lugares más privados, más
íntimos, estudiando nuestras carencias, nuestros defectos, y no para tratar de
corregirlos sino para aprovecharse de ello. Por eso no es raro escuchar decir a
los dueños de Telefónica que el Perú ya
tiene más de treinta millones de celulares, o sea, un celular por cada peruano.
Y ¿cómo combatir la cultura del mal
gusto?, si los colegios están preocupados en “preparar” a los muchachos para
las universidades, esas universidades en donde ni laboratorios, ni buenas
bibliotecas encontramos, donde los profesores repiten, todos al unísono, las
clases que ya están en un manual, en un librito o en una separata.
El mal gusto se combate con debates,
con intercambio de ideas, con la discusión de lecturas, con la asistencia a un
maravilloso espectáculo teatral, pero lamentablemente ni una butaca, ni un
local o espacio para la cultura tenemos en esta ciudad, para no retroceder en
la escala evolutiva y terminar convertidos en unos elementales cuadrúpedos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.