Cuando
se anuncia la muerte
Josué Sánchez
Pintura: La muerte cabalgando – Josué Sánchez Cerrón. |
En la quietud de la noche, el alboroto
de unos gatos peleándose despierta sobresaltado a don Bartolomé. «Es ‘sauca’»,
piensa. En otra casa de la comunidad de Chongos Alto, doña Domitila se revuelve
sin poder dormir. Recuerda la vez que vio el “entierro de gatos”. Varios felinos
erguidos en dos patas cargando a otro que fingía estar muerto.
En Chongos Alto, comunidad campesina
de la zona altina del Canipaco en la provincia de Huancayo, la muerte se
anuncia. Eso dicen todos, y los niños se estremecen imaginando los aullidos de
los perros que presienten el espíritu del próximo difunto cuando éste pasa
recogiendo sus pasos por los sitios que ha frecuentado en vida.
Los cantos de la lechuza o del “huac-huarsh” en el silencio nocturno, el olor del “añas”
o zorrino, la aparición de la mariposa gigante y negra llamada “taparaco”,
son signos todos de que alguien muy querido va a morir. Soñar que se vuela, que
se viaja sin paradero o con hatos o puntas de ganado, también indica la
cercanía de la parca. Y un caminante que se cruza con una culebra negra, con un
zorro o una perdiz, sabe que ha tenido una señal de muerte y que, tal vez,
nunca vuelva a recorrer el mismo camino.
Allá por los ochenta, don Marcial Soto
y don Daniel Hilario, comuneros de Chongos Alto, contaban estas historias con
calma, disfrutando las palabras. Yo los escuchaba fascinado. Los rituales mortuorios
en Chongos hablaban del fallecimiento como un evento colectivo, compartido.
En nuestra cultura, la desaparición de un
individuo no es un acontecimiento frío, que sólo convoca a la familia inmediata
como sucede en la sociedad occidental: una forma de enfrentar ese hecho que
poco a poco se está extendiendo en nuestro medio, a medida que nuestra cultura
se va occidentalizando.
En los Andes, la muerte se asume como
una crisis que se enfrenta a través de mecanismos psicológicos, culturales y
sociales destinados a salvaguardar la cohesión social. Para una sociedad de
fuerte raigambre colectiva, la pérdida de uno de sus componentes significa
poner en riesgo la continuidad. Por eso se prepara al individuo para enfrentar
la muerte desde niño y, cuando ella llega, toda la comunidad se pone en
movimiento para proteger a los deudos y aliviar la tensión emocional y social.
Cuando se deja oír en la iglesia el redoble lento
de la campana grande y la pequeña, tañendo su ritmo característico, todos los
comuneros saben que alguien ha muerto. Si los repiques se oyen alegres, el
fallecido es un niño, “pequeña almita del Señor”; si se repiten tres veces, se
trata de un varón; si son dos, de una mujer. En ese momento preciso, la familia
se moviliza para cumplir con notificar al resto de los parientes, al sanitario,
al datarista, y al cantor. Los anuncios se han cumplido, la comunidad ha
perdido a uno de sus miembros.
"Los cantos de la lechuza o del “huac-huarsh” comparables al canto del tuco malaguero en la sierra norte.
ResponderEliminarSaludos. Fernando.