Joe Delgado Rodríguez
Nagisa Oshima es uno de los más
notables directores japoneses de la llamada “Nueva Ola Japonesa” de los años 60,
junto a Shoei Imamura y Masahiro Shinoda. Lamentablemente, el pasado 15 de
enero, falleció víctima de una neumonía en Tokio, a la edad de 80 años.
Nacido en Kioto, se graduó de la
carrera de Derecho en la universidad local, pero su afición por la escritura y
las artes escénicas le arrastrarían por el camino artístico hasta el cine.
Posteriormente, fue contratado por el
estudio Shochiku donde comenzó a dirigir sus propias películas. Su actitud
radical le sirvió para revolucionar el séptimo arte en Japón, rechazando el
estilo humanista que proponían Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi y Yasujiro Ozu.
En una entrevista afirmó su odio hacia
el cine de su país, que incluía absolutamente todo, refiriéndose a todas las cintas
de los tres directores mencionados. Oshima alcanzó la cima como director con su
polémico “El imperio de los sentidos”, cuyo título original es “Ai no Korida” (Corrida
de amor, 1976). Este filme está basado en una historia real sobre un caso de
obsesión sexual en el Japón de los años 30. Por su alto contenido erótico y
escenas explícitas tuvo que ser terminado en Francia, para así crear una
versión sin censura.
Su difusión generó gran controversia,
hasta el punto que, actualmente, en Japón se sigue exhibiendo con escenas recortadas
por las estrictas leyes de contenidos.
“El imperio de los sentidos” trata
sobre las intensas relaciones de una pareja de amantes —Sada Abe y Kichizo
Ishida—, que viven una desenfrenada pasión que desembocará en la asfixia
erótica consentida por Kichi, y sus genitales cercenados en el bolso de su
ninfómana, desequilibrada e hipersensible amante.
A Oshima se le recordará por ser un
provocador hastiado del cine convencional, y por haber escandalizado al mundo
con esta producción, en especial al conservador Japón, que fue prohibida en
infinidad de países durante su estreno. La exacerbación de la libido, la
enfermiza veneración fálica, el impulso destructivo o tánatos y el dolor como
fuente de placer, son temas bien manejados por el realizador, que no cae en la
exageración.
Otro título que causó expectativas en
su estreno, por ser igual de intenso y precioso —con el cual ganó el galardón a
Mejor Director en Cannes—, es “El imperio de la pasión” (Ai no Borei, 1978),
donde realiza un acercamiento más moderado al representar el frenesí de dos
amantes, el cual los conduce al asesinato del marido y provocar las sospechas
de los vecinos ante su desaparición.
Excelente filme por la calidad
fotográfica y el uso potente del blanco y negro. También debemos destacar
“Feliz Navidad, Mr. Lawrence” (“Senjo no Merry Christmas, 1983), cuyo escenario
es un campamento de prisioneros japoneses en Java, durante la II Guerra Mundial,
donde son tratados el honor, la disciplina, la gloria y la homosexualidad, con
las destacadas actuaciones de Ryuichi Sakamoto —reconocido compositor, ganador del
Oscar en 1987 por la banda sonora de “El último emperador” de Bernardo
Bertolucci— y David Bowie —músico y compositor de rock británico.
En 1999, filma “Taboo” (Gohatto) con
Takeshi Kitano, otro gran actor y director japonés. Esta cinta histórica trata
sobre la homosexualidad en el mundo de los samuráis, regido por estrictos
códigos de conducta y moral. Oshima crea un ambiente cargado de imágenes tan preciosas
como poéticas —otra vez se puede escuchar la excelente música de Sakamoto.
Siempre
recordaremos a Oshima por ser polémico, atrevido y provocador, rompiendo los
cánones tradicionales del cine de su país. Sexo, violencia y política son temas
que ha sabido trasladar a la pantalla grande, con imágenes potentes y
explícitas. Será recordado por ser la antítesis artística del maestro Kurosawa,
su enemigo personal. Ahora solo nos queda decir: Feliz viaje, Mr. Oshima.
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