martes, 7 de mayo de 2013

Antonio Paucar: danzando con luciérnagas


Jorge Jaime Valdez


Hay peruanos por todo el mundo, y también huancaínos; sin embargo, pocos  pueden mostrar que estudiaron arte en Berlín y Londres, que sus trabajos y retrato aparecen en antologías de los mejores artistas jóvenes europeos, o que expusieron su obra en galerías de Alemania, España, Inglaterra y Eslovenia, como es el caso de Antonio Gonzales Paucar.
Oriundo de Aza, es el hermano menor de una familia notable de artistas imagineros y nieto de don Pedro Abilio, maestro de la artesanía peruana. Probablemente, de él haya heredado el arte que corre por sus venas como otra sangre. El artista firma como Antonio Paucar para revalorar sus raíces andinas e identificarse con una cultura que admira con devoción, y en vista de que Gonzales es un apellido muy conocido en el viejo continente.
Hace una década, Antonio dejó el arte popular y su patria para migrar a la lejana Alemania; no práctica la imaginería propiamente, pero es un “curioso” como el abuelo. En los pueblos del ande, el “curioso” es el artista, el ingenioso, que sabe y hace de todo. Esta capacidad de asombro, propia de los niños, hace que Toño siga creando y sorprendiendo por lo irreverente, lúdico, diferente y conceptual de su arte.

Hace instalaciones y performances, maneja el video y la fotografía, el teatro y la danza, la música y el dibujo, convierte lo cotidiano en extraordinario; vive y bebe del campo, de su pueblo, de su gente, del olor a tierra mojada, de las flores de retama, del olor a eucalipto o de las abejas que rondan ruidosas por su casa de Aza, muy cerca de Huancayo, pero que aún conservan ese paisaje andino que uno recuerda cuando se encuentra lejos.
Es difícil mostrar de manera impresa su trabajo, porque no solo son imágenes, sino sonidos, olores, sabores y texturas. Como, por ejemplo,  esas miles de larvas de mosca que forman una silueta humana que pronto se dispersa y desintegra en alusión a la corrupción de la carne en “Descomposición figurativa”. Una rueda de bicicleta se convierte en un curioso y lúdico homenaje a Marcel Duchamp en “Marcelinho”.
En otro de sus trabajos, el propio artista se sepulta, literalmente, con la tierra fértil de su chacra en “Protéjame”.  Su mano se convierte en un candelabro y su cuerpo en altar, sus dedos arden en una suerte de ritual católico y pagano en “Altar”. En “Danzando con mis luciérnagas”, uno de sus trabajos más celebrado,  vemos la silueta del artista, en la profundidad de la noche, danzando con luces, que aparecen y desaparecen con la fugacidad que tiene la ilusión y la alegría. Nos recuerda a las fiestas patronales o al propio vuelo de las luciérnagas en las noches serranas, donde el cielo estrellado se refleja en las intermitencias de estos insectos sorprendentes, convirtiéndose en una metáfora hermosa sobre la levedad del ser y la vida.
El arte de Antonio Paucar es impresionante y da cuenta de un espíritu libre, imaginativo, noble, generoso, místico y sensible, donde, a pesar de la distancia, su cultura andina está siempre presente, fusionada con la europea, como se puede ver en una performance que hizo el año pasado en Lima, llamada “Trasfusión” que, valiéndose de sorbetes y vino, teniendo como único fondo una pared blanca que se mancha por el rojo del licor, como si fuera sangre, nos hace reflexionar sobre el cuerpo, la guerra, la violencia política y la vida.

1 comentario:

  1. gracias!!! estoy hacienda una tarea sobre paucar y wow me ayudo demaciado

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