Jhony Carhuallanqui
“Mamá” es la primera forma expresiva
recurrente en infantes de diferentes y alejados lugares del mundo, esto debido
a su fácil pronunciación, pues se logra al repetir una sílaba de formación
labial que no amerita mayor esfuerzo de articulación, es por eso que se
constituye (con ligeras variaciones) en el primer vocablo de la persona; sin
embargo, prefiero aquella explicación tierna que la describe como “la prueba”
irrefutable del vínculo indisoluble entre madre e hijo: dos seres que comparten
un latir nueve meses y un respiro toda la vida.
Madre proviene del
latín “mater” (matriz)
o “mamma” (mama o pecho), pero alumbrar y amamantar un hijo es una
dimensión muy pobre de lo que en verdad significa ser madre, pues ésta aborda
el compromiso de cuidar, asistir y proteger siempre a sus niños. Incluso, en
algunas ocasiones para fortalecer este vínculo, luego del parto, la madre
abraza al recién nacido (sin asear, ni cortar el cordón umbilical), en una
escena única de lazo sanguíneo-espiritual que, en los últimos años, se ha ido
popularizando.
Si bien, las celebraciones para la
madre se remontan a Isis (Egipto), Rhea (Grecia) o Cybele (Roma), la festividad
como la conocemos ahora, se inició en EE.UU., dónde Julia Ward Howe iniciaría
las movilizaciones a favor de un día de reconocimiento que, años después, Anna
Jarvis consolidaría e institucionalizaría en una fecha, el día de la muerte de
su propia madre: el segundo domingo de mayo.
El reconocimiento fue progresivo, a
tal punto que su proclama oficial por Woodrow Wilson (expresidente
Estadounidense) se dio en 1914 y de ahí la réplica mundial era inevitable. En
Perú, Augusto B. Leguía —a solicitud y presión de un grupo de sanmarquinos—, lo
aprobaría en mayo de 1924.
Jarvis también popularizó el portar
este día claveles blancos si la madre había fallecido, o rojos si estaba viva,
una práctica que en nuestro país se ha ido extinguiendo. Años después, ella
misma protestaría (incluso fue arrestada) por el sentido mercantil que le
habían dado a su logro. Nunca se casó, ni tuvo hijos, pero su aporte es
mundial, aunque hay días diferentes de celebración. Por ejemplo, en Rusia es el
8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), en España es el primer domingo de
mayo, en México es el 10 de mayo, en Argentina el tercer domingo de octubre y en Panamá el 8 de diciembre (Inmaculada
Concepción), por mencionar solo algunos casos.
Mamá es el impulso de nuestras
aspiraciones, es la que aprende a respetar nuestro extraño orden y nuestra
discutible profesión o pareja. Es la que con una mirada te dice «lo sabía», «te
lo dije» o «explícate».
Quien no ha llorado en sus brazos no
conoce la paradoja de sentirse tan vulnerable y, a la vez, tan protegido. Aún
ahora le agradezco el corregir la doble raya del pantalón que plancho y ser el
despertador más efectivo para ir al trabajo. Además, estoy convencido de que todavía
no se ha inventado un alcoholímetro tan preciso como ella.
Aprendí a escribir y leer con «mi mamá
me mima» y el primer poema que le recité en la escuela —disfrazado de nube—,
decía: «Del cielo cayó una rosa, mi mamita la cogió, se la puso en el cabello y
que linda le quedó», aún le gusta y a través de ella quiero saludar la
tenacidad de las madres solteras, de aquellas que están hospitalizadas o en los
asilos, y desearles que una sonrisa corone este día.
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