sábado, 31 de julio de 2010

El ocaso del vaquero

(Edición Nº 323 del 24 de julio de 2010)

Clint Eastwood

Jorge Jaime Valdez.
Clint Eastwood (San Francisco, 1930) acaba de cumplir 80 años y se encuentra en la cima de su carrera. Pocos realizadores han logrado el dominio de la técnica y de la sapiencia que exige contar historias profundas en la pantalla grande. Como es difícil resumir tantas décadas de buen cine en pocas líneas, nos limitaremos a mencionar algunas películas entrañables de su filmografía. La tarea es difícil, pero ahí vamos:

Golpes del destino (2005) es la primera gran película dirigida por Eastwood y acaso fue la mejor de ese año. Es un “biopic” sobre uno de los mayores saxofonistas de todos los tiempos: Charlie Parker, “Bird” para sus amigos y melómanos de todo el mundo. La cinta es cadenciosa y bella, triste y sombría, conmovedora y autodestructiva como la propia vida de ese enorme músico heroinómano pero genial. Cortázar escribió “El perseguidor” para contarnos su historia; nos preguntamos si Eastwood lo leyó o si la inspiración le vino de su incomparable y tormentosa música.
Los imperdonables (Unforgiven, 1992) es probablemente uno de los mejores western de la historia del cine. Es una película atípica que narra el ocaso de unos vaqueros que ya no son lo que fueron, y cuan difícil les resulta empuñar un arma y matar a un hombre. Muestra cómo la violencia fundó toda una nación, con una visión desencantada, sórdida y oscura del viejo oeste.
Un mundo perfecto (1993) es quizás su mejor cinta. Cuenta la historia de un forajido y un niño sin padre que viajan por el oeste huyendo de la justicia: son dos vagabundos, dos amigos, dos almas sensibles que se juntan en una aventura hacia ninguna parte. Es notable la actuación de Kevin Costner y entrañable su dupla con el niño. Esta es la obra maestra del viejo Clint.
Los puentes de Madison (1995) es el gran melodrama de los noventa y una de las historias de amor más sensibles que haya dado el cine norteamericano. Es el encuentro de dos personas mayores que se aman con locura, aunque no les queda mucho tiempo, sólo el recuerdo de lo que pudo haber sido la felicidad y no fue, solamente el amor convencional y el recuerdo del ser amado.
Río Místico (2003) en apariencia es un drama policial, pero es más que eso. Es oscura, triste y desencantada. Habla de la inocencia perdida por el abuso infantil y del dolor de un muerto en vida. Paradójicamente, el verdugo se convierte en redentor; en esta otra obra maestra que le dio el Oscar a Sean Penn y a Tim Robbins en los roles de sus vidas.
Golpes del destino (2005) los vínculos filiales otra vez: un viejo entrenador de box y una chica que no tiene a nadie en el mundo se juntan para enfrentarse a la vida a puño limpio. La que parece ser una película clásica de box se convierten en melodrama desgarrador; habla de perdedores y de solitarios, de sacrificios y de redención, habitual en el cine de Eastwood.
La lista podría seguir, pero el espacio es corto. Sólo nos queda maravillarnos por las películas de este maestro del cine, que además de actuar, dirigir y musicalizar sus cintas, hace un juego mágico y misterioso de luces y sombras que reinventa la vida en rollos de celuloide.

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