domingo, 25 de julio de 2010

Fútbol (4): ¿Mundial de narradores?

(Edición especial Nº 320 del 03 de julio de 2010)


Delirio especulativo:
¿Mundial de narradores?

Gabriel Ruiz Ortega

El fútbol —aparte de los intereses que lo nutren— es también un alimento espiritual, un estado de gracia que prodiga pasión e irracionalidad tanto a pobres como a ricos. ¿O acaso podemos sobrellevar los fines de semana sin fútbol? O peor aún: ¿podemos concebir la vida, hoy en día, sin dosis de fútbol?
Ahora, deliremos juntos, pensemos el mundial como si se tratara de las propuestas narrativas (novela en especial) de los países participantes, con jugadores nacidos a partir del 60, cosa que evitamos trampas y demagogia (no voy a resucitar a Octavio Paz para hacerlo jugar, ¿no?). No hay duda alguna de que la campeona del supuesto mundial novelesco Sudáfrica 2010 tendría que ser, de lejos, el seleccionado norteamericano. ¿Se imaginan a Philip Roth como entrenador, con sus asistentes técnicos Don DeLillo y Cormac McCarthy? ¿A Paul Auster como jefe de equipo? Alucinen a sus convocados. Roth tendría entre manos a una brillante generación de novelistas, como Jonathan Lethem, Dave Eggers, Michael Chabon, Chuck Palahniuk, Junot Díaz y por qué no Daniel Alarcón. Estados Unidos es la potencia indiscutible, beneficiada por una mundial mayoría lectora rendida. Imposible pasar por alto a la novelística estadounidense, cantera de cuentistas y novelistas de oficio y de primera línea. Los nombres arbitrariamente consignados solo son un pequeñísimo reflejo del envidiable material humano creativo que ostenta esta rica tradición de las distancias largas.
La industria de la novela y el fútbol comparten más de un lazo en común, la individualidad y sus frutos inmediatos se han convertido en los objetivos supremos, claro que a diferencia de los escritores (también entre los que creen serlo), los futbolistas camuflan sus intenciones por el tácito halo de magia que destilan con el balón en movimiento. Hasta patear un balón ha perdido el aura mágica de la niñez.
Pero sigamos: ¿qué selección podría hacerle frente a la poderosa Estados Unidos? Si el fútbol es la materialización del juego en conjunto, por lo menos el espíritu que lo motiva, tendríamos sí o sí que dejar de lado a los astros literarios de ciertas selecciones, aunque paradójicamente el representativo argentino podría hacer un buen papel, una semifinal no estaría nada mal. Alan Pauls, Pablo de Santis, Rodrigo Fresán, Guillermo Martínez y Ariel Magnus serían garantía de un juego inteligente, siempre y cuando cuenten con un estratega y no un motivador o sombra mayor, o sea, en la vida un Fogwill (el Maradona de la narrativa porteña, indiscutiblemente), menos Ricardo Piglia y César Aira, que se desempeñarían muy bien dirigencialmente, sino un Juan Carlos Martini, que con su experiencia en la estructuración de los policiales —fue el hacedor de la serie negra de Bruguera en los setenta— es más que una garantía en la táctica.
Imposible no tomar en cuenta la producción narrativa de Brasil, Francia, Alemania, Italia e Inglaterra, que indudablemente tienen trabajadas canteras que las alimentan por generaciones; pero poco o nada se sabe de sus últimos frutos, he allí una de las razones por la que sus últimas generaciones no tienen el impacto de las de antes. Sin embargo, la final se anuncia sola, la única oncena capaz de enfrentarse a la norteamericana es la española, que hace gala de una generación estimulante, capitaneada por el autor de una de las mejores novelas que se haya podido leer en años: “Las máscaras del héroe”, de Juan Manuel de Prada. De Prada sería el jugador insignia a intercambiar banderines con Jonathan Lethem, el sucesor natural del desaparecido David Foster Wallace.
El entrenador español debería ser Juan Marsé, en la actualidad amo y señor de la literatura ibérica, pero su edad le impide estar en estos trotes en los que se avanza más con instinto inteligente que con raciocinio, y todos queremos que haya Marsé para rato, ¿o no?
No sería descabellado alucinar al inefable Fernando Sánchez Drago como entrenador, que a pesar de su poética de espaldas al lector, es un motivador nato y conocedor de la idiosincrasia de muchos países debido a su cualidad de viajero empedernido. Estaría secundado por la experiencia de Rafael Chirbes y Eduardo Lago, y para que no haya trampas bajo la mesa en el lado dirigencial, Enrique Vila-Matas sería designado jefe de equipo, cosa que se llevaría a la perfección con su amigo Auster.
Vayamos a los jugadores, ¿a quiénes llamaría el inefable Sánchez Drago —tengamos en cuenta que como buen conocedor de la novelística erótica, no tendría inconveniente en permitir que sus dirigidos den rienda suelta al placer sexual, como para liberar tensiones—? Se convocaría a Antonio Orejudo, Rafael Reig, Carlos Ruiz Zafón, Vicente Luis Mora, Montero Glez, Benjamín Prado, Marcos Giralt Torrente, Lorenzo Silva, Luis Magrinyá, Ray Loriga, José Ángel Mañas.
Es casi seguro que los españoles serán pasados por alto. Nombre por nombre, sus pares gringos son más, pero lo que éstos logran en aliento, los hispanos lo hacen en cuanto a maneras, estilo, elasticidad de la lengua y hechizo de atmósfera.
Fútbol, deporte de la irracionalidad, del pronóstico esquivo y motivador de delirantes especulaciones. Para este mundial, mis preferencias apuntan a la selección española; en cuanto a las posibilidades de la selección de Estados Unidos, siempre creeré que su nueva camada de narradores le hace honor a su impresionante tradición en la parcela de las distancias largas.

MÁS DATOS

Gabriel Ruiz Ortega (Lima, 1977) es lector, narrador y blogger. Es autor de la novela “La cacería” y antólogo de “Disidentes. Muestra de la nueva narrativa peruana”. Ha sido editor adjunto de Revuelta Editores y ha colaborado en el diario “Siglo XXI” de Castellón, España. Tiene en la etapa de edición los libros “Disidentes 2. Muestra antológica de nuevas narradoras peruanas”, “Disidentes 3. Antología de nuevos narradores peruanos” y su novela “La hacker”. Su blog La fortaleza de la soledad es uno de los más leídos en el imaginario literario hispanoamericano.

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