Mi amigo el pintor
Piero Duharte
“¡Corre! ¡Corre!”, me gritaba mi amigo desgarrándose la voz justo cuando un nuevo estallido nos ensordeció. Luego notó que yo ya no corría detrás. Volteó y me vio caído.
Regresó por mí, me tomó de los brazos arrastrando mi cuerpo ya sin piernas, y no dejaba de gritarme que corriera, pero ahora el llanto armonizaba tristemente sus bramidos. Él siguió avanzando desesperado, sin soltarme, mientras mi cuerpo iba dejando una pincelada roja y continua sobre la tierra.
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