domingo, 17 de junio de 2012

Limpieza del fuego eterno

Eloy Jáuregui El Dante habita en nosotros, lo pensé como una luz que me ilumina mientras voy leyendo “En los altos infiernos”. Entonces los poemas son una provocación. El infierno tan temido siempre queda abajo, y aquí el poeta le cambia su plomada. Invierte su hallazgo y hace eterna una musicalidad que sube del cielo. De esta manera, oírlo es un arte de constricción, acaso de un amortiguamiento espiritual. Ese es secreto de este sumergirse en el socavón de una poética espacial que opone su lógica. Este conjunto de poemas demuestra que la escritura ejerce un acto de salvación, purificación y limpieza. Ariel Marzal sabe que del infierno también se redime, y se libera de lo asimétrico y caótico. Por ello, en este libro, hay un ejercicio de perfección con el texto redentor. A la confusa disposición del perturbado orden, el vate, a punta de cincelar su arte poética, asume una prosodia coherente con la mirada de su lampo manumisor. El arriba/abajo desintoxica aquel “Muro del subsuelo”. Así, cuando uno lo lee en los versos: “Te hundes en el suelo impuro y cuerdas apagadas/ y frágiles tripas precipicios y precipicios, arenas y arenas”, está logrando a contracorriente, la salvación de una textualidad que se encuentra en dos poetas que descifran aquel sino de ese Cerro de Pasco de tajos abiertos, César Gamarra y Ángel Garrido Espinoza. Marzal ha reunido un conjunto de poemas con una pulcritud de escritor ducho, pese a que solo se le conocía con un libro inaugural: “Cuarta pared”, del 2009. El uso ahora de una poética que trata de desenmarañar la muerte a secas, más su articulación al escenario de la dicotomía infierno/cielo o al revés, nos explica el destino final del humano concreto. De esta manera, su impronta es reveladora y se rebela. Toca la parte material de lo incorpóreo. Es poesía impalpable por ser precisamente contingente. Qué más poético puede ser el estilo de uno que escribe en ese “Tempestuoso existir” donde todo huele a flores muertas de muertos vivos, de remordimiento de haber sido asmático, estático, caótico, de innombrables glaciales vanos. Entonces Marzal anímico, crea un orden y ahí planta su etéreo reclamo en su canto mayor. Hay poemas que siempre “joden” la existencia de tanto refregar el vientre de las cosas dispuestas en discordancia. La existencia es así, injusta y retorcida. Pero hay libros que subsanan esta ira de la providencia. El de Marzal ya es uno de ellos. Escribir es queja, ruptura y nueva simetría. El mérito de este manual de quinta esencia es pues esa sensación que nos deja verso a verso, ese diseño estructural de un poeta en eterna búsqueda de una justicia rotunda, que ve cómo al hecho de estilar le infringe el tropo de la revelación. La vicaría poética de los creadores de esta región bien puede saludar a esta nueva voz consolidada en un ejercicio mayor de alta poesía. Marzal con su libro logra este reconocimiento con esta obra que libra bien el foco de la última/primera batalla. El vencer el destino de lo intocable con poesía de notificación salvadora, con confidencia de un desgarrado sino, con la atribución que tiene las letras mayores, la poética de un requerimiento tantas veces desvivido y que ahora está en sus manos.

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