Poder y traición: las miserias de la
política
Jorge Jaime
Valdez
George Clooney es conocido entre
nosotros por ser un galán de cine y nada más. Pocos mencionan que es uno de los
contados directores “gringos” muy críticos del sistema, la política y la moral
de su país. Esta preocupación social se muestra admirablemente plasmada en su
última cinta “Poder y traición”.
La película cuenta la historia de un
senador, interpretado por el propio Clooney, que aspira a llegar a la Casa
Blanca. La campaña por el sillón presidencial es sólo un pretexto para mostrar
los laberintos siniestros de la política por dentro. Eso que todos sabemos que
sucede, pero que nadie dice. Me refiero a la maraña de traiciones, intrigas y
juegos sucios que se ven dentro de un partido, en esa guerra sin cuartel que
suelen ser las contiendas electorales.
Sucede en Estados Unidos donde se
vanaglorian de tener una democracia casi perfecta y, obviamente, en nuestro
país es moneda corriente que no sorprende a nadie. Es más, en el Perú puede
suceder cualquier cosa, como en los años noventa, cuanto un “chinito” aparentemente
inofensivo y desconocido, que no podía hilvanar una idea completa, en base a
una de las peores guerras sucias de nuestro precario sistema electoral, ya con
la ayuda de sus secuaces que hoy en día purgan condenas en cárceles doradas, derrotó
al ahora premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.
“Poder y traición” (The Ides of March, 2011) es un largometraje
estupendo por muchas razones, sobre todo por eviscerar, sin anestesia, las
miserias de la política, donde personas sin escrúpulos anteponen la ambición
desmesurada por el poder, a la ética y la moral. El senador Morris será
chantajeado por su jefe de campaña interpretado por Ryan Gosling, a quien vimos
hace poco en “Drive”, en un registro
totalmente distinto, pero demostrando la misma solvencia. El otro protagonista,
en este juego sucio, es Philip Seymour
Hoffman, que siempre es un actor secundario notable.
La cinta es oscura, cínica, sombría,
filmada básicamente en interiores. Otro aspecto muy favorable es cómo se
sostiene la atención del espectador a lo largo del metraje, en base a diálogos
y a una narración virtuosa, mérito de Clooney como director.
No vemos ninguna escena de acción, lo
cual resulta extraño para espectadores mal educados audiovisualmente al cine de
Hollywood, donde vemos acción trepidante cada segundo, sin importar las ideas y
olvidando que el cine también es un medio de comunicación masivo. Por todo
esto, es sorprendente que llegue un filme político a nuestra cartelera, y
además políticamente incorrecto.
Después de ver una película tan brutal,
nadie quedará indiferente ante las maldades del poder. Nos queda como idea
final que siempre la cuerda se rompe por el lado de los más débiles, y que el
mundo perfecto y justo es un ideal.
La realidad es más dura de lo que
parece ser, es desencantada; los manipuladores sin escrúpulos salen ganando, y
la lealtad y la honestidad parecen valores del pasado que no calzan, ni por
asomo, en una sociedad consumista y mercantilista como la actual, donde todo se
compra incluso la vida de los más frágiles. Si todavía sigue en cartelera, lo
cual sería rarísimo, corran a verla, se trata de uno de los mejores estrenos
del año.
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