Los detectives salvajes
Roberto Bolaño
Exploré
el cuerpo desnudo de María, el glorioso cuerpo desnudo de María en un silencio
contenido, aunque de buena gana hubiera gritado, celebrando cada rincón, cada
espacio terso e interminable que encontraba. María, menos recatada que yo, al
cabo de poco comenzó a gemir y sus maniobras, inicialmente tímidas o mesuradas,
fueron haciéndose más abiertas (…) Así fue como supe,
en menos de diez minutos, dónde estaba el clítoris de una mujer y cómo había
que masajearlo o mimarlo o presionarlo, siempre, eso sí, dentro de los límites
de la dulzura, límites que María, por otra parte, transgredía constantemente.
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