domingo, 8 de julio de 2012

Domando el hierro en España


Josué Sánchez



Si hay un país que conoce el hierro, ese país es España. Lo usó para rasgar carne india y ganar tierras para la Corona en el Nuevo Mundo. Lo usó con injusticia y sangre. Pero también con nobleza y arte, cuando en la fragua el artífice vio en el hierro un símbolo de vida y no de muerte y casi acariciándolo consiguió domarlo.
Domar el hierro es el arte de transformar la materia desde su tosquedad y dureza hasta ennoblecerla con formas bellas y delicadas.
Descubierto 5000 años antes de Cristo, el hierro influye decisivamente en el desarrollo de la civilización; por su resistencia, sirve para construir armas y herramientas de trabajo. Luego de la piedra y el bronce, con el paso de los siglos, el hierro permite entrar al maquinismo.
Primero se usa con fines utilitarios, mediante la forja, es decir, golpeando con martillo el metal candente hasta lograr la forma deseada. El arte de la forja y cincelado llega a España con los árabes. Son éstos los que desarrollan la técnica del damasquinado, incrustando oro y plata sobre el hierro. Desde entonces, en España se trabaja el hierro con una perfección no igualada por ningún otro país.
En el s. XII se perfecciona la técnica de soldadura a la calda descubierta el siglo anterior hasta lograr un forjado limpio, como el mostrado por la portezuela de hierro con espirales dobles que se encuentra en el Museo Arqueológico de Madrid. En el s. XIII los trabajos en hierro se complementan artísticamente con planchas lisas, luego ornamentadas con siluetas perforadas. En el s. XVI se embellece las obras con planchas realizadas en chapa recortada, repujadas en forma de hojarascas, flores y frisos.
Durante el Gótico, en toda España se van perfilando las escuelas de forja castellanas, aragonesas y toledanas, y con ellas los gremios que posteriormente alcanzarán un magnífico desarrollo. En el Renacimiento, el repujado cobra mayor importancia y valor por realizarse en plomo; también se inicia el trabajo a torno y se ensayan los primeros trabajos en fundición.
En el s. XVI se llega a un momento culminante de la evolución del arte del hierro. Este es totalmente dominado, sometido a la voluntad y a la fantasía del hombre. Las formas son más puras, dotadas de gran perfección y belleza, pareciera que el hierro fuera un dócil barro. Se deja la doble plancha calada y se prefiere el repujado para la reproducción de figuras en alto relieve. La parte repujada es policromada o dorada para ser apreciada mejor a la distancia.
En el s. XVII se inicia un periodo de decadencia. Los gremios y la vocación para el ejercicio de este arte disminuyen notablemente y los objetos artísticos dejan de tener calidad. La decadencia alcanza a la visión artística y al procedimiento técnico: no se encuentra la suntuosidad ni la magnificencia anterior. Esto perdura hasta inicios del s. XX, debido a que el progreso de la técnica influye en la reproducción en serie y la máquina comienza a reemplazar al hombre. La típica fragua pasa a ser un taller mecánico con tornos, fresadoras, troqueladoras, taladros y sopletes para soldadura autógena primero, y eléctrica después.
En 1919 se realiza en Madrid la Gran Exposición de Hierros Antiguos Españoles, casi al mismo tiempo que la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París. Ambas exposiciones abren las puertas al mundo a nuevas posibilidades de creación e influyen decisivamente en la labor de los herreros y cerrajeros españoles, recobrándose la facultad creativa.
De los cientos de artífices del arte del hierro, desde los inicios hasta hoy, entre anónimos y conocidos, cabe mencionar a Pablo Remacha Nogueras, aragonés de nacimiento y herrero de tradición y raza, que alcanzó notoriedad a inicios del s. XX. Forjado en el taller de su padre, Remacha estudia dibujo y pintura en Madrid. Escultor por vocación, viaja por toda España para estudiar las obras de cerrajería de los grandes maestros de todos los tiempos. Sus forjas poseen delicadeza, espiritualidad y vigor, la figura humana cobra una perfección no vista hasta entonces mediante la forja, deja la máquina para servirse de sus manos y modelar el hierro tan sólo con el yunque y el martillo. Entre sus principales obras figuran las esculturas en hierro forjado: “El Cristo del forjador”, “El violinista”, “San Francisco”, “Maternidad” y “Minerva”, que muestran la misma grandeza y belleza llena de fantasía de su cerrajería moderna, en la que también fue maestro.

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