Josué Sánchez
Si hay un país que conoce el hierro, ese país es España.
Lo usó para rasgar carne india y ganar tierras para la Corona en el Nuevo
Mundo. Lo usó con injusticia y sangre. Pero también con nobleza y arte, cuando en
la fragua el artífice vio en el hierro un símbolo de vida y no de muerte y casi
acariciándolo consiguió domarlo.
Domar el hierro es el arte de transformar la materia
desde su tosquedad y dureza hasta ennoblecerla con formas bellas y delicadas.
Descubierto 5000 años antes de Cristo, el hierro influye
decisivamente en el desarrollo de la civilización; por su resistencia, sirve
para construir armas y herramientas de trabajo. Luego de la piedra y el bronce,
con el paso de los siglos, el hierro permite entrar al maquinismo.
Primero se usa con fines utilitarios, mediante la forja,
es decir, golpeando con martillo el metal candente hasta lograr la forma
deseada. El arte de la forja y cincelado llega a España con los árabes. Son
éstos los que desarrollan la técnica del damasquinado, incrustando oro y plata
sobre el hierro. Desde entonces, en España se trabaja el hierro con una
perfección no igualada por ningún otro país.
En el s. XII se perfecciona la técnica de soldadura a la
calda descubierta el siglo anterior hasta lograr un forjado limpio, como el
mostrado por la portezuela de hierro con espirales dobles que se encuentra en
el Museo Arqueológico de Madrid. En el s. XIII los trabajos en hierro se
complementan artísticamente con planchas lisas, luego ornamentadas con siluetas
perforadas. En el s. XVI se embellece las obras con planchas realizadas en
chapa recortada, repujadas en forma de hojarascas, flores y frisos.
Durante el Gótico, en toda España se van perfilando las
escuelas de forja castellanas, aragonesas y toledanas, y con ellas los gremios
que posteriormente alcanzarán un magnífico desarrollo. En el Renacimiento, el
repujado cobra mayor importancia y valor por realizarse en plomo; también se
inicia el trabajo a torno y se ensayan los primeros trabajos en fundición.
En el s. XVI se llega a un momento culminante de la
evolución del arte del hierro. Este es totalmente dominado, sometido a la
voluntad y a la fantasía del hombre. Las formas son más puras, dotadas de gran
perfección y belleza, pareciera que el hierro fuera un dócil barro. Se deja la
doble plancha calada y se prefiere el repujado para la reproducción de figuras
en alto relieve. La parte repujada es policromada o dorada para ser apreciada
mejor a la distancia.
En el s. XVII se inicia un periodo de decadencia. Los
gremios y la vocación para el ejercicio de este arte disminuyen notablemente y
los objetos artísticos dejan de tener calidad. La decadencia alcanza a la
visión artística y al procedimiento técnico: no se encuentra la suntuosidad ni
la magnificencia anterior. Esto perdura hasta inicios del s. XX, debido a que
el progreso de la técnica influye en la reproducción en serie y la máquina
comienza a reemplazar al hombre. La típica fragua pasa a ser un taller mecánico
con tornos, fresadoras, troqueladoras, taladros y sopletes para soldadura
autógena primero, y eléctrica después.
En 1919 se realiza en Madrid la Gran Exposición de
Hierros Antiguos Españoles, casi al mismo tiempo que la Exposición
Internacional de Artes Decorativas de París. Ambas exposiciones abren las
puertas al mundo a nuevas posibilidades de creación e influyen decisivamente en
la labor de los herreros y cerrajeros españoles, recobrándose la facultad
creativa.
De los cientos de artífices del arte del hierro, desde
los inicios hasta hoy, entre anónimos y conocidos, cabe mencionar a Pablo
Remacha Nogueras, aragonés de nacimiento y herrero de tradición y raza, que
alcanzó notoriedad a inicios del s. XX. Forjado en el taller de su padre,
Remacha estudia dibujo y pintura en Madrid. Escultor por vocación, viaja por
toda España para estudiar las obras de cerrajería de los grandes maestros de
todos los tiempos. Sus forjas poseen delicadeza, espiritualidad y vigor, la
figura humana cobra una perfección no vista hasta entonces mediante la forja, deja
la máquina para servirse de sus manos y modelar el hierro tan sólo con el
yunque y el martillo. Entre sus principales obras figuran las esculturas en
hierro forjado: “El Cristo del forjador”, “El violinista”, “San Francisco”,
“Maternidad” y “Minerva”, que muestran la misma grandeza y belleza llena de
fantasía de su cerrajería moderna, en la que también fue maestro.
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