Doña
flor y sus dos maridos
Jorge Amado
Los
susurrantes argumentos de Vadinho tratando de convencerla de que solo había una
solución práctica, viable, posible, y al mismo tiempo deliciosa, tierna, dulce
prueba de amor y confianza. Convencida, se precipitó a hacerle caso: abrió las
piernas y dejó que él la poseyera, como le suplicaba hacía tanto (…) Flor
estaba loquita por dar, por dar y darse, entregarse por entera, un fuego le
devoraba las entrañas y el pudor con alocada llamarada.
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