domingo, 8 de julio de 2012

El señor de la cultura huanca


José Soriano Marín

Foto: Herbert Salas - Ayllumedia

 Luis Cárdenas Raschio guardó con especial atención y fortaleza las costumbres de nuestra región. Fue un notable fotógrafo, periodista, músico, folclorólogo, uno de esos hombres capaces de alumbrar el camino de los que investigan y rebuscan en la historia. Nos dejó hace poco, cuando aún lo necesitábamos mucho. Este es el homenaje de un amigo para uno de los hombres más notables de nuestro país.

Conocí a Luis Cárdenas Raschio hace 20 años, cuando mi madre me llevó a rentar un disfraz para el desfile de antorchas en mi escuelita Sebastián Lorente. Por supuesto, no sabía de quién se trataba, pero su entrañable amabilidad y calidez anularon mis berrinches y caprichos a la hora de elegir un traje.
Regresé con cierta frecuencia para “disfrazarme” y uno de aquellos días mi curiosidad hizo que me tropezara en el salón contiguo al ambiente de atención de “Artesanías del Centro”. Descubrí entonces un largo corredor repleto de extraños adornos. “¿Te gusta? Vamos a dar un paseo”, don Luis me tomó de la mano y me condujo hacia una vitrina de juguetes. Yo permanecía en silencio y él empezó a contarme sus historias.
Entonces dígame, ¿dónde nació? “Yo soy huancaíno por algo”, contestó. Como Zenobio Dagha, repliqué. “Claro, pero yo le enseñé la canción”, aclaró. ¿Conoció a Zenobio Dagha? “Vaya, muchacho, tú no sabes nada”, respondió con una sonrisa. Bueno, ¿cuándo nació? “El mismo día en que mataron a Sánchez Cerro”. ¿Y cuándo…? (mejor no, me va a decir que no sé nada).
Cuando jugaba a ser periodista, cuando concesionaban un diario o cuando intentaba sacar una revista con mis amigos, visitaba su casa. ¿Todavía se acuerda de mí? “Claro, el de los berrinches”. Sí, el mismo.
Su madre era tarmeña y su papá de Sincos. Se conocieron cuando el señor Cárdenas empezó a trabajar en La Oroya, era ingeniero químico. Tiempo después se asentaron en Huancayo en la misma casa de siempre, de la segunda cuadra de la Calle Real en Chilca. Ahí, Luchito vio crecer Huancayo. Estudió la primaria en el colegio San Luis Gonzaga, que desapareció cuando su director pereció. Luego se fue al Santa Isabel.
Luego de terminar el colegio, Luis Cárdenas partió a Lima. Le hubiera gustado ser arquitecto, pero los medios y la recesión no se lo permitieron. Sólo le quedó trabajar y olvidarse de los “grandes estudios”. Su mejor refugio fue la lectura, dudaba de todo y quería comprobarlo por sus propios medios. Un viaje a la Argentina cambió su vida. Fue de visita, a ver a su hermano mayor, y allí aprendió fotograbado, en Buenos Aires. Ya en su tierra, trabajó en el diario La Voz de Huancayo, aplicando todo lo aprendido en el país sureño. Fue parte del equipo fundador del diario Correo y su contacto con la fotografía se hizo eterno. Salía a las calles y parques a captar sus imágenes favoritas: danzas y costumbres.
Con cámara en mano, don Luis empezó a cuestionar todo aquello que asomaba a su lente. Entonces preguntó el motivo de los pasos, de los colores, de la vestimenta y halló respuestas ambiguas o vacías. No había de otra: “Yo mismo soy”. Y ya sabemos por qué tantas historias. Cuando se casó, llevó a su esposa a la casa de siempre, abrieron una bodega y un pequeño estudio fotográfico. La bodega cerró por exceso de deudores y nació “Artesanías del Centro”, con la representación de las danzas y estampas que plasmaban en pequeños muñecos y suvenires, primeros en la región: una mantita propia del valle con un sombrero, chaleco, pantalones, arpas y “potutos”, todo con un rótulo de “Huancayo – Perú”.
Con “Artesanías del Centro”, Luis Cárdenas inició sus viajes en los que vendía sus creaciones e intercambiaba disfraces, máscaras, instrumentos, nacimientos e historias. Sus averiguaciones tuvieron tal eco que era invitado principal en congresos de danza y folclor en varias ciudades del país y el mundo. Llegó a ser director del Departamento del Folclor en la Casa de la Cultura y jurado indispensable en incontables concursos de danza. Alicia Maguiña llegaba a visitarlo todos los años, se hospedaba en su casa y vestía de Coya para bailar en Sapallanga. Tuvo dos hijas, cientos de amigos y mil historias que contar, como nadie.
Parece que ya no lo molestaré más, renuncié. “Bueno, las ideas y las costumbres hay que defenderlas siempre”, me animó. Quizá haya otra oportunidad para conversar. “Cuando quieras”. Caramba, don Luchito, yo siempre importunando. “A los buenos amigos no se les niega nada, y tú eres mi amigo desde hace mucho”. Así se despidió un auténtico huancaíno que me enseñó a ser más huancaíno, para siempre.

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