José Soriano
Marín
Foto: Herbert Salas - Ayllumedia |
Luis Cárdenas Raschio guardó con especial atención y
fortaleza las costumbres de nuestra región. Fue un notable fotógrafo,
periodista, músico, folclorólogo, uno de esos hombres capaces de alumbrar el
camino de los que investigan y rebuscan en la historia. Nos dejó hace poco,
cuando aún lo necesitábamos mucho. Este es el homenaje de un amigo para uno de
los hombres más notables de nuestro país.
Conocí a Luis Cárdenas Raschio hace 20
años, cuando mi madre me llevó a rentar un disfraz para el desfile de antorchas
en mi escuelita Sebastián Lorente. Por supuesto, no sabía de quién se trataba,
pero su entrañable amabilidad y calidez anularon mis berrinches y caprichos a
la hora de elegir un traje.
Regresé con cierta frecuencia para
“disfrazarme” y uno de aquellos días mi curiosidad hizo que me tropezara en el
salón contiguo al ambiente de atención de “Artesanías del Centro”. Descubrí
entonces un largo corredor repleto de extraños adornos. “¿Te gusta? Vamos a dar
un paseo”, don Luis me tomó de la mano y me condujo hacia una vitrina de
juguetes. Yo permanecía en silencio y él empezó a contarme sus historias.
Entonces dígame, ¿dónde nació? “Yo soy
huancaíno por algo”, contestó. Como Zenobio Dagha, repliqué. “Claro, pero yo le
enseñé la canción”, aclaró. ¿Conoció a Zenobio Dagha? “Vaya, muchacho, tú no
sabes nada”, respondió con una sonrisa. Bueno, ¿cuándo nació? “El mismo día en
que mataron a Sánchez Cerro”. ¿Y cuándo…? (mejor no, me va a decir que no sé
nada).
Cuando jugaba a ser periodista, cuando
concesionaban un diario o cuando intentaba sacar una revista con mis amigos,
visitaba su casa. ¿Todavía se acuerda de mí? “Claro, el de los berrinches”. Sí,
el mismo.
Su madre era tarmeña y su papá de
Sincos. Se conocieron cuando el señor Cárdenas empezó a trabajar en La Oroya,
era ingeniero químico. Tiempo después se asentaron en Huancayo en la misma casa
de siempre, de la segunda cuadra de la Calle Real en Chilca. Ahí, Luchito vio
crecer Huancayo. Estudió la primaria en el colegio San Luis Gonzaga, que
desapareció cuando su director pereció. Luego se fue al Santa Isabel.
Luego de terminar el colegio, Luis
Cárdenas partió a Lima. Le hubiera gustado ser arquitecto, pero los medios y la
recesión no se lo permitieron. Sólo le quedó trabajar y olvidarse de los
“grandes estudios”. Su mejor refugio fue la lectura, dudaba de todo y quería
comprobarlo por sus propios medios. Un viaje a la Argentina cambió su vida. Fue
de visita, a ver a su hermano mayor, y allí aprendió fotograbado, en Buenos
Aires. Ya en su tierra, trabajó en el diario La Voz de Huancayo, aplicando todo
lo aprendido en el país sureño. Fue parte del equipo fundador del diario Correo
y su contacto con la fotografía se hizo eterno. Salía a las calles y parques a
captar sus imágenes favoritas: danzas y costumbres.
Con cámara en mano, don Luis empezó a
cuestionar todo aquello que asomaba a su lente. Entonces preguntó el motivo de
los pasos, de los colores, de la vestimenta y halló respuestas ambiguas o
vacías. No había de otra: “Yo mismo soy”. Y ya sabemos por qué tantas
historias. Cuando se casó, llevó a su esposa a la casa de siempre, abrieron una
bodega y un pequeño estudio fotográfico. La bodega cerró por exceso de deudores
y nació “Artesanías del Centro”, con la representación de las danzas y estampas
que plasmaban en pequeños muñecos y suvenires, primeros en la región: una
mantita propia del valle con un sombrero, chaleco, pantalones, arpas y “potutos”,
todo con un rótulo de “Huancayo – Perú”.
Con “Artesanías del Centro”, Luis
Cárdenas inició sus viajes en los que vendía sus creaciones e intercambiaba
disfraces, máscaras, instrumentos, nacimientos e historias. Sus averiguaciones
tuvieron tal eco que era invitado principal en congresos de danza y folclor en
varias ciudades del país y el mundo. Llegó a ser director del Departamento del
Folclor en la Casa de la Cultura y jurado indispensable en incontables
concursos de danza. Alicia Maguiña llegaba a visitarlo todos los años, se
hospedaba en su casa y vestía de Coya para bailar en Sapallanga. Tuvo dos
hijas, cientos de amigos y mil historias que contar, como nadie.
Parece
que ya no lo molestaré más, renuncié. “Bueno, las ideas y las costumbres hay
que defenderlas siempre”, me animó. Quizá haya otra oportunidad para conversar.
“Cuando quieras”. Caramba, don Luchito, yo siempre importunando. “A los buenos
amigos no se les niega nada, y tú eres mi amigo desde hace mucho”. Así se
despidió un auténtico huancaíno que me enseñó a ser más huancaíno, para
siempre.
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