Pantaleón y las
visitadoras
Mario
Vargas Llosa
Ya han comenzado los números,
al pasar frente a él —que se mantiene inmóvil e inexpresivo— a desabotonarse la
guerrera con rapidez, a mostrar los fogosos senos, a estirar la mano para
pellizcarle con amor el cuello, los lóbulos, la curva superior y, luego,
adelantando —una tras otra, otro tras uno— la cabeza (él les facilita la
operación inclinándose) a mordisquearle deliciosamente los cantos de las
orejas, Una sensación de placer ávido, de satisfacción animal, de alegría exasperada
y tentacular, borran el miedo, la nostalgia, el ridículo.
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