Hace 44 años
partió a la eternidad el fotógrafo huancaíno Sebastián Rodríguez, pero sus
obras —las fotos que tomó a lo largo de su existencia— lo mantienen vivo.
Juan Carlos
Suárez Revollar
Hay
una imagen vivaz, tierna e imponente en cada una de las fotografías que Sebastián
Rodríguez (Huancayo, 1896 - Morococha, 1968) sacó a lo largo de más de 40 años
en el asiento minero de Morococha.
Siendo
muy joven, había aprendido en Lima algunas técnicas básicas de fotografía junto
al prestigioso Luis Ugarte, pero se vio obligado a emigrar a la sierra en busca
de trabajo. En ese trajín llegó a Morococha, un asiento minero situado a medio
camino entre Lima y Huancayo, dos ciudades con las que tuvo intensa relación.
El
folclorólogo huancaíno Luis Cárdenas Raschio (1933-2012), quien fuera fotógrafo
y propietario de uno de los archivos fotográficos más valiosos de toda la
región, lo recordaba como un personaje algo retraído pero muy amable. “De
Sebastián Rodríguez aprendí algunas técnicas”, nos contó poco antes de
fallecer. “Entonces la fotografía era privilegio de pocos, pero igual no se
negaba a enseñar”.
Sebastián
Rodríguez se ocupaba en fotografiar a todos los trabajadores que llegaban a
Morococha para emplearse en la empresa Cerro de Pasco Copper Corporation. Se
trataba del único fotógrafo de toda la ciudad, así que no era raro que también
se ocupara de registrar eventos familiares, matrimonios, grupos de obreros, o
lo más característico: funerales, pues los accidentes —y por consiguiente las
muertes— eran habituales.
El
enorme valor antropológico de su obra ha quedado marcado a fuego en cada una de
las fotografías suyas que aún se conservan, pese a que muchas se deterioraron o
perdieron tras su muerte y la salida obligada de su familia de Morococha, pues
la casa que ocupaban les fue requerida por la empresa.
Aunque
ya era algo reconocido, a mediados de la década de los noventa la estudiosa
Fran Antmann inició la recopilación y difusión de su obra. Pero fue el empuje
de Amanda Rodríguez Nájera, su hija, el que permitió continuar con esa labor de
divulgación gracias a conversatorios, publicaciones y exposiciones que impulsó.
Para
Andrés Longhi, fotógrafo del colectivo Ojos Propios, Sebastián Rodríguez es a
Junín como Martín Chambi a Cusco. “Sebastián Rodríguez es el fotógrafo del
coraje: coraje el suyo, coraje el de su familia; coraje el que inspiró a tantos
a trabajar por difundir sus fotografías”, añade.
El robo de la vieja cámara Agfa de Sebastián Rodríguez
acabó con su carrera. Fran Antmann sugiere que fue una de las causas de su
muerte. Hoy sus fotografías constituyen el mejor legado que podría recibir la
ciudad donde nació, en la que sus descendientes todavía viven.
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