Un mundo feliz
Aldous Huxley
Emergieron de su sótano oscuro y escarlata, Lenina Crowne
subió diecisiete pisos, torció a la derecha al salir del ascensor, avanzó por
un largo pasillo y, abriendo la puerta del Vestuario Femenino, se zambulló en
un caos ensordecedor de brazos, senos y ropa interior. Torrentes de agua
caliente caían en un centenar de bañeras o salían borboteando de ellas por los
desagües. Zumbando y silbando, ochenta máquinas para masaje —que funcionaban a
base de vacío y vibración— amasaban simultáneamente (…) la carne firme y tostada por el sol de ochenta soberbios ejemplares
femeninos que hablaban todos a voz en grito. Una máquina de Música Sintética
susurraba un solo de súper corneta.
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