Jorge Coaguila
El “hombre” y el “chico” en el filme “The Road”. |
“La carretera” (The Road, 2006), del estadounidense
Cormac McCarthy, ofrece un mundo devastado en un futuro próximo. Una historia
después del Apocalipsis, luego de la muerte de la civilización. Los
protagonistas, un hombre y su hijo, viajan al sur en busca de un mejor clima.
Es lo único que les queda.
¿Qué
causó la destrucción? ¿Un ataque nuclear? ¿Un conflicto entre países? ¿Cuántas
personas quedan vivas en todo el mundo? ¿Qué evitó la muerte de algunos? Eso no
se dice en el libro, tampoco importa mucho. Hay una pista débil: un personaje
secundario lleva un traje especial contra peligro biológico. El padre y su hijo
respiran a través de mascarillas. ¿Acaso para evitar llevar a sus pulmones la
ceniza tóxica que domina el ambiente? Sin embargo, el papá tose con frecuencia.
La
historia transcurre por otro cauce. El asunto central es cómo se comporta la
gente en situaciones de desastre, de carestía, de amenaza constante. El único
deseo es sobrevivir a toda costa. El padre cree que en el sur encontrarán un
mejor clima, pues existe —según el narrador— «un frío como para agrietar las
piedras. Como para quitarte la vida». Para llegar se guían de la carretera,
símbolo de una civilización destruida.
Cierto
día los relojes se detuvieron a la 1:17 horas, la corriente eléctrica se fue
para nunca volver, una luz atravesó el cielo y varios temblores se sucedieron.
La destrucción fue casi total. Ciudades incendiadas, coches carbonizados,
cadáveres a la intemperie. A partir de entonces una luz mezquina pasaba por día
y la noción del tiempo desapareció.
Desde
la primera línea del libro se mencionan dos características del ambiente
reinante después de la hecatombe: frío y oscuridad. (…) Los diálogos carecen de
comillas y guiones. A veces aparecen en medio de una descripción. En otras
ocasiones, separados por un punto aparte. Sin embargo, al lector no le es
difícil identificar quién habla. Estas conversaciones, con gran claridad,
transmiten mucha emoción.
Todo
el libro se estructura en el viaje del “hombre” y del “chico”, su hijo, al sur.
Ningún personaje aparece con nombre y apellido. ¿Por qué? Tal vez el narrador
quiera subrayar la deshumanización, la ausencia, el despojo. La gente ha
perdido todo, hasta el derecho a ser llamado por su nombre.
Es
revelador que el libro se divida en fragmentos sin títulos ni numeración. El
lenguaje es sencillo, de frases cortas y estándar. La narración, en cambio, es
lineal, con algunos “flashbacks”,
como el del abandono de la madre después del nacimiento del “chico”. «No somos
supervivientes. Esto es una película de terror y nosotros somos muertos andantes»,
dijo ella antes de desaparecer. La madre creía que tarde o temprano los
cazarían y los matarían. A ella y al pequeño los violarían y, después, los
comerían.
Esta
es una novela de amor paternal. El padre sortea cientos de obstáculos para que
su hijo sobreviva. Le entrega todo a su alcance, aunque muchas veces escasee la
comida. Le enseña a diferenciar el bien del mal, le inculca valores. Lleva «el
fuego», es decir, la bondad.
Muchas
veces perdona los descuidos del pequeño y se los atribuye. Le enseña a
sobrevivir con inteligencia, coraje y paciencia. Lo prepara para cuando ya no
esté. Es el ángel guardián del niño, por quien se desvela, en detrimento de su
salud. «Mi deber es cuidar de ti. Dios me asignó esa tarea. Mataré a cualquiera
que te ponga la mano encima», le dice al “chico”. Si ataca a alguien, lo hace
en defensa propia.
La
desesperanza en muchos es mayúscula. Un viejo, al que encuentran en el camino,
dice: «Dios no existe y nosotros somos sus profetas». Más adelante agrega: «Las
cosas mejorarán cuando todo el mundo haya desaparecido». Sin embargo, el padre
y su hijo, esqueléticos, harapientos e inmundos, cargando mochilas y con un
carrito de supermercado, avanzan hacia el sur en penosa marcha. El final del
libro es muy conmovedor, para derramar lágrimas.
En
una entrevista concedida en 2007 a la famosa presentadora estadounidense de
televisión Oprah Winfrey, McCarthy confesó que el libro surgió en 2003, durante
una visita con el menor de sus hijos a El Paso, Texas. Allá, en una habitación
de hotel, en una noche de insomnio, se preguntó cómo sería esta ciudad en
cincuenta o cien años. Pensó en su hijo, a quien dedicaría la novela, y tomó
algunas notas. Años después, en Irlanda, escribió el libro de un solo golpe.
“La carretera” obtuvo el Premio Pulitzer de Ficción en 2007. En 2008
la revista estadounidense “Entertainment
Weekly” la consideró el mejor libro publicado desde 1983 hasta ese año. Fue
adaptada al cine en 2009, dirigida por el australiano John Hillcoat y
protagonizada por Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, como el “hombre” y el
“chico”, respectivamente. El filme recibió elogiosos comentarios.
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