Jhony Carhuallanqui
Los cuatro jinetes del apocalipsis – Autor: Durero. |
Millones de personas sintonizaban la
radio, era 30 de octubre de 1938, cuando de repente, un enlace “en vivo” daba
cuenta de una invasión marciana iniciada en New Jersey (EE. UU.). Miles
salieron desesperadas a las calles, cundió el miedo, el caos y el llanto. Orson
Welles había demostrado el poder (y credibilidad) de los medios de comunicación,
y aún después de haber confesado que era una “dramatización”, la histeria
colectiva tardó en disiparse.
Hoy no es la radio sino el internet, y
la muestra de ello está en la “Profecía maya del fin del mundo”. Los estudiosos
de esta cultura establecieron que el 21 de diciembre es el final de una era
para dar comienzo a otra, en ningún momento indicaron tal fecha como el
apocalipsis. Esta “verdad” se ha masificado por la inocencia de algunos y la
viveza de muchos, y es que en una civilización como la nuestra, Google tiene
más credibilidad que la propia NASA.
¿Y cuándo empezó la confusión? Frank
Waters publicó en 1975 su obra “México místico: la llegada de la sexta era de
la conciencia”, a partir de ello, afanosos internautas le dieron una
interpretación antojadiza que fue creciendo, deformándose y multiplicándose por
apocalípticos que remarcaban el “Fin de los tiempos”.
Según astrofísicos prominentes —como
Stephen Hawking—, el planeta si desaparecerá, pero para ello faltan unos 7590
millones de años, y esto ocurrirá cuando
el sol termine por engullírsela, mas el problema radicará en que sí será
habitable. Para Hawking el futuro de la humanidad está en “colonizar el
espacio”, pues las condiciones no serán las adecuadas para nuestra
supervivencia.
Además, la amenaza de un impacto
(devastador como el que extinguió a los dinosaurios) estará siempre presente, y
aunque podríamos saberlo con antelación, tampoco seríamos capaces hacer nada.
Sin embargo, la información que el asteroide
Nibiru colisionará con la
tierra este viernes, es una revelación tan falsa como el Eslabón perdido de
Piltdwon, o los incubos (fantasmas
violadores), o la Sirenita del Huaytapallana, así que no hay por qué alarmarse.
Evidentemente, la destrucción del
planeta implica el exterminio de nuestra especie; sin embargo, quizás el hombre
devaste primero la Tierra con la contaminación o, tal vez, la naturaleza arrase
al ser humano primero: James Lovelock en la “Venganza de Gaia” refiere que los daños al medio ambiente por
el calentamiento global son ya irreversibles y que la madre tierra nos
exterminará cumpliendo su ciclo de autorregulación. Este científico asegura que
billones de personas morirán antes del fin del siglo, y que los sobrevivientes
terminarán refugiados en el ártico.
Lo positivo de esta profecía es que el
turismo mexicano se incrementó de 18 a 62 millones, y se espera llegar a los 80
antes del apocalíptico 21, mientras que en china, Yang Zongfu ha vendido más de
veinte Arcas de Noé —esferas “indestructibles” ante caídas, terremotos, lava
volcánica— a poco menos de un millón de dólares.
A todo esto se suma, como cereza en la
torta, que el apacible poblado de Sirince (Turquía) está abarrotado de
visitantes, pues se divulgó que allí no llegaría el fin del mundo, “porque
Jesucristo lo eligió para resucitar este viernes”.
Sólo se espera evitar hechos como el
suicidio masivo de la secta Heaven’s Gate, acontecido en el paso del cometa
Hale-Bopp en 1997, que también estaba ligado a una profecía apocalíptica
matizada con la creencia OVNI.
Mi abuela dice que el fin del mundo
será cuando “la mula pueda parir”, y le tengo tanta fe a ella como a
Nostradamus, San Malaquías, Edgar Cayse, Gordon Scallion o Parravicini.
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