Mecanoescrito del segundo origen
Manuel de Pedrolo
Luego añadió otro dedo a su exploración, ensanchándola suavemente mientras acariciaba con el pulgar el punto crucial de sus rizos húmedos y la hacía palpitar deliciosamente. Sus dedos siguieron complaciéndola hasta que acabó retorciéndose y gimiendo, con una necesidad que no sabía que poseía. Una ola de oscuro placer se levantó sobre su cabeza. El coste de su represión fue traicionado por su respiración agitada y la rigidez que sentía contra su muslo. Mientras rompía, derramando una intensa sensación de éxtasis por todo su cuerpo en una marea incesante, la besó con fuerza para capturar su grito quebrado en su boca.
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