Roberto Loayza
Cárdenas
Al terminar de ver esta cinta, tiemblo
al pensar que la vejez debe ser únicamente para valientes. El alemán Michael
Haneke ya nos estaba acostumbrando a mostrarnos la parte más terrible de la
naturaleza humana, solo basta echar un vistazo a “Juegos macabros” (Funny Games,
2007) o “La profesora de piano” (La pianiste, 2001), por eso sorprende que con
su filme más personal e íntimo, también el más atípico, logre su obra cumbre.
Cuando anunció para el Festival de
Cannes que su nueva película se titularía simplemente “Amor” (“Amour” en buen
francés) esperábamos otra de sus historias retorcidas, esas para no dormir,
esas para no creer. La cinta empieza con una escena de muerte, de olores
fétidos, parece la escena de un crimen, pero es todo lo contrario, es la escena
de una de las más hermosas demostraciones de amor que el cine nos ha regalado
últimamente.
Los restos mortales de una elegante
dama, rodeada de flores disecadas, se sazonan con la exquisita música que
Haneke propone, en esta ocasión las tonadas de Beethoven, Bach y, especialmente,
Schubert nos abren las puertas del hogar de la pareja de esposos Georges y
Anna. Dos de los mejores actores que el “País de las Luces” nos haya entregado:
Jean-Louis Trintignant (el enfermizo y apasionante juez de “Rojo” de
Kieslowski) y Emmanuelle Riva (la inolvidable protagonista de “Hiroshima, Mon
Amour” de Resnais). Él tiene 82, ella está por cumplir 86, y nos regalan las
actuaciones de sus vidas: una pareja de profesores de música retirados, que nos
transmiten la paz que solo los años y el verdadero amor pueden brindar.
Haneke no hace concesiones, nos cuenta
el final del filme en los primeros minutos y nos lleva de la mano en un
recorrido tan extremadamente doloroso como bello, en poco más de dos horas.
Georges ama a Anna como todos alguna
vez quisiéramos hacerlo y la prueba más grande de ese amor es cuando la
tragedia disfrazada de enfermedad llama a la puerta. Sin embargo, el director
no podía dejar de lado su implacable forma de mostrarnos su cine: las escenas
son por momentos en demasía dolorosas, como la vida misma suele serlo, pero lo
hace con ternura y sencillez al mismo tiempo. El rostro impávido de Trintignant
y la fenomenal transformación de Riva, de una bella y distinguida dama a un
ente casi inmóvil, hace sangrar al espectador que al acabar de ver esta obra
maestra, termina con una inevitable sensación de vacío y sufrimiento.
Su Palma de Oro en Cannes queda corta,
cualquier premio o reconocimiento a esta monumental película no bastarían para
agradecerle a Haneke el habernos regalado su mejor cinta, la más filosófica de
su ya admirable carrera y, tal vez, la más simple, pero que definitivamente
quedará como una de las mejores de todos los tiempos, así de simple. Nada sería
suficiente para agradecer al bávaro tremenda muestra de amor, tan cruda, tan
hermosa, tan adolorida, tan real.
Como es un hecho que “Amor” va a ganar
el Óscar a Mejor Película Extranjera, existe la pequeña esperanza de que la
estrenen en pantalla grande, y si no es así, tomen el riesgo de buscarla y
tener una idea más clara de eso que solemos llamar amor. (Para M. B.)
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