Daniel
Gutiérrez Ventocilla
Cuando
apareció “Los mataperros” causó un impacto colectivo por tres razones: la primera
es que el título, por ser sugestivo, nos dibuja una sonrisa disimulada,
motivándonos a ojear y leer, aunque el primer nombre que tuvo, cuando el texto
apenas era un manuscrito —que el autor me dejó ver—, es el que considero más
apropiado: “Me llamo Ángel, pero soy un diablillo,” debido a que la novela está
dirigida a un público preferentemente juvenil.
La segunda se
debe a que con la trayectoria del autor, Héctor Meza Parra, con su pluma amena,
ágil y refrescante, aprendemos que las cotidianeidades de la vida pueden ser
una gran aventura.
Como tercera
razón los capítulos pueden ser leídos de forma continua o aleatoria, el lector
no pierde el hilo temático. Por ello, nos da la sensación de ser una novela
compuesta de cuentos enlazados.
Cuando
escuchamos la palabra “sirena” (refiriéndose a la mitología), podría jurar que,
en la mente de muchos, se dibuja una imagen femenina perfectamente delineada
hasta la cintura, y con la extremidad inferior como la de un pez. Pero si vamos
al diccionario de la Real Academia, encontraremos la descripción: «Ninfa marina
con busto de mujer y cuerpo de ave,
que extraviaba a los navegantes. Algunos artistas la representan
improvisadamente con torso de mujer y parte inferior de pez». Cito este hecho
porque muchos calificaron a “Los mataperros” como “picaresca”, teniendo en
cuenta la travesura de los personajes. Mejor analicemos la terminología.
Luis Alberto
Sánchez, describiendo a la novela picaresca dice: «Refiere la vida pintoresca
de truhanes, ampones, tahúres, vagabundos». Cuyas novelas emblemáticas son
“Lazarillo de Tormes”, “La pícara Justina”, “Rinconete y Cortadillo”, entre
otros.
En “Los
mataperros”, solo el capítulo “¿Quién conoció a la señora Graciela Baylón?”, los
protagonistas cumplen con estos perfiles ya descritos, pero no es suficiente
para encasillarlos en ese canon. Pues, aunque toda la novela tuviera personajes
picarescos, ya no se les llamaría como tal, pues este género se desarrolló como
parodia de los personajes caballerescos de la literatura, (el Quijote, el Cid, los
Nibelungos, etc.) contraponiendo los valores: cobardía–valentía,
pesimismo–optimismo, robo–honestidad, complicidad–lealtad, y más.
Eso no
significa que los pícaros desaparecieron de la literatura, solo se han mudado
de género con características menos jocosas, pero más optimistas, así tenemos a
los siguientes niños: Oliver Twist, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, aunque con
tono melodramático, dignos personajes de la literatura realista.
Por todo lo
expuesto no podemos catalogar a “Los mataperros” como “pícara”, sino como
“biográfica–anecdótica”, ya que, recurriendo a la remembranza, describe (en
primera persona) las travesuras, con final infausto, de tres niños que se
exponen a diversas situaciones riesgosas, enarbolando la lealtad como
estandarte de amistad sincera, lejos de la recreación individualista y adictiva
de los juegos tecnológicos, motivados solo por el afán de explorar el mundo
circundante con métodos improvisados e ingenuos, como los del entrañable Zezé en
“Mi planta de naranja lima”.
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