Amor, pasión y genio en la escultora
Camille Claudel
Josué Sánchez
Camille Claudel - Escultura en bronce “La Vague”. |
Camille Claudel nació el 8 de
diciembre de 1864 en Villeneuve-sur-Fère, Francia. Desde muy niña realizó
figuras en arcilla y, antes de ir a París para estudiar arte, hizo estudios de
escultura bajo el tutelaje del pintor Alfred Boucher.
Cuando tenía 19 años entró a trabajar
al estudio del célebre escultor Auguste Rodin. Inicialmente, Camille se ocupaba
de los encargos que le hacía el maestro, pero pronto fue su modelo y luego su
amante y confidente. El amor y la pasión entre ellos crecieron de la mano con
la creatividad, instalándose en el Chateau de L’Islette, un idílico escondite
en el valle de Loira. Después se trasladaron al taller de Rodin en Meudon, al
sur de París, que se fue llenando de las esculturas y bocetos de ambos.
Camille trabajó con Rodin más de diez
años. Según su biógrafo Matías Morhardt, Rodin era la arcilla y Camille el
granito. Auguste le daba a Camille todo lo que podía de su experiencia y le
consultaba en todo. Pero pese a que Camille tenía la esperanza de que se casara con ella, no dejaba a sus otras
amantes y a la madre de su único hijo, Rosa Beuret. Así, la relación se fue
quebrando y en 1894 se rompió definitivamente.
Tras el rompimiento, Camille se
refugió en su estudio y vivió tres años sin recibir a nadie. En testimonio de
Morhardt, decía que «experimentaba una soledad tal que a veces tenía la
horrible sensación de que estaba perdiendo el hábito de hablar».
En esta época, su arte adquirió un
estilo propio y realizó pequeñas esculturas en grupo que se comunicaban entre
sí y, por sus líneas, hoy están consideradas precursoras de la escultura pop.
Veinte años desarrolló su labor escultórica en una completa soledad, convirtiéndose
en una de las más grandes escultoras del siglo XX. No obstante, se había
convertido también en una semireclusa,
sufría delirios de persecución y tenía ataques de euforia y depresión. Muchas
veces destruía sus obras y desaparecía por meses, odiando a Rodin y culpándolo
de haberle robado sus ideas y proyectos.
Sometida a la crítica de su madre y
sus hermanos, con el solo apoyo de su padre, cuando éste murió en 1913 se quedó
sin protección alguna, fue desalojada violentamente de su taller e internada
legalmente por su hermano Paul como paciente de tercera clase en Ville –Evrard,
un deprimente asilo público, donde se le prohibió practicar el arte, ni aún
como terapia. Hubo protestas públicas, pero su familia no cejó.
En los 30 años que pasó internada,
solo sus amigos la visitaron, saliendo convencidos de que no estaba loca y de
que había sido traicionada por su familia. Las cartas que escribió en el asilo
demuestran que a pesar de las duras condiciones en que vivía, la genial
escultora permaneció lúcida, dueña de sí misma, y que nunca se resignó a la
pérdida de su arte. Escribió: «Vivo en un mundo tan curioso, tan extraño, del
sueño que fue mi vida, esto es la pesadilla».
Hoy se puede apreciar su obra en el
Museo de Orsay, en París. Son grupos escultóricos que emanan espiritualidad,
una proyección mística de las formas que eleva el espíritu hacia el infinito.
Su bronce “La Vague” y la escultura en ónix “Les Bavardes” son verdaderamente
notables. Paradójicamente se encuentran en toda su sublime expresión a las
puertas de “El Infierno” de Rodin.
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