Juan Carlos Suárez Revollar
Como
Poe y Chéjov, Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893), el otro gran cuentista
del siglo XIX, murió poco después de cumplir los cuarenta. Es autor de más de
390 cuentos, el grueso de los cuales se publicó en diarios entre 1877 y 1891.
Algunos son, más bien, breves ensayos y reflexiones, como «El afeminado» o
«Historia de un perro». Este último, una suerte de manifiesto para la
protección canina, tiene una segunda versión, narrada ya como cuento y
publicada dos años después con el título de «Mademoiselle Cocotte».
Una estructura habitual es el relato
como una anécdota referida por un personaje narrador, protagonista o testigo, a
su auditorio. Aunque de temáticas diversas, podría clasificarse la cuentística
de Maupassant en al menos tres grupos: los de costumbres, los de guerra y los
de locura y horror. Entre los primeros se encuentra un subtópico recurrente: el
galante, de conquistas e infidelidades, entre los que se halla «Un día de
campo» o «La mansión Tellier», genuinas piezas maestras. Todos estos cuentos
recogen su larga experiencia en «affaires» amorosos. Pero también se encuentran
otros contenidos, desde retratos citadinos hasta historias sobrenaturales.
La ocupación prusiana es otro
importante tema. Como veterano de la Guerra Francoprusiana ,
Maupassant escribía, con afán revanchista, cuentos donde destacaba el
patriotismo, la entrega y los triunfos de algunos franceses —únicamente
relevantes en términos personales— sobre sus rivales, aunque ello significara
su perdición. A este grupo pertenecen «Mademoiselle Fifí», «La loca», «San Antonio»,
o el que le diera la consagración y formara parte del libro colectivo «Las
veladas del Médan»: «Bola de sebo», en que el autosacrificio de la mujer
despreciada la hace superior a sus compañeros de viaje, a quienes se supone
decentes (el trasfondo de esta trama también fue abordado por Chéjov en su
cuento «La corista»).
Los últimos, y sin duda los más
perturbadores, tratan la locura y el horror. Corresponden al periodo tardío de
Maupassant y se atribuyen a su ya agravada degeneración mental. Priman entre
ellos cuentos como «El Horla», «La cabellera» o «¿Él?». Evidentemente influido
por Poe, se halla formas afines de abordar la atmósfera del relato y la
psicología del personaje, como la perversidad gratuita, tan bien retratada en
«El loco» de Maupassant, o coincidencias temáticas: «El tic» de éste con «El
entierro prematuro» de aquél.
El cuento de Maupassant no tiene la
perfección formal de Poe, ni la profundización en el personaje de Chéjov, pero
sí una desenfadada —y genial— sutileza en el trazado de costumbres como soporte
de la historia.
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