María Elena del
Solar D.
Foto: Archivo Pedro González |
Una de las fuentes primordiales para
la comprensión de la transcendencia del tejido en el mundo prehispánico fue
escrita por el etnohistoriador, de origen ucraniano John Murra, en 1962, quien,
más allá de la virtuosidad técnica de los “cumbicamayoc”,
destacó la importancia de la función cumplida por los textiles en todas las
esferas de la sociedad inca.
Más adelante, diversas perspectivas en
la aproximación al estudio de los tejidos andinos han producido notables avances
en el conocimiento de las técnicas, de las funciones económicas, sociales, rituales
e ideológicas, tanto como en sus cualidades estéticas y de representación
iconográfica. Todas conducen al entendimiento de la alta complejidad técnica,
así como simbólica, de los tejidos andinos.
Tramadas en el mismo telar de
tradición andina, de varillas móviles y una
estructura extremadamente simple, las fajas del valle del Mantaro,
llamadas “watraku” en lengua huanca,
constituyen una hermosa muestra de la persistencia de una prenda antigua, que
hombres y mujeres del campo continúan vistiendo cotidianamente. Aunque el
modelo de faja que conocemos implica una combinación de probables diseños
prehispánicos, coloniales y republicanos, la técnica de producción conserva la
tradición del tejido en telar de cintura de origen prehispánico,
recontextualizada en procesos modernos como son la extrema movilidad
poblacional, y la migración y expansión de los mercados de la región.
La construcción de la memoria nos
refiere a problemas no solamente de la tradición sino también de las diversas
maneras de su transmisión. Por lo general, su confección está a cargo de las
mujeres, con algunas pocas excepciones, y la transmisión de este conocimiento
especializado se da en el espacio familiar, donde hoy encontramos a niñas de doce
años expertas en su producción, que además contribuyen con su venta al ingreso
familiar.
Lo interesante aquí es resaltar procesos
internos, o desde adentro, asociados a la consolidación de una identidad local,
donde se reconfiguran y recrean elementos que van a representar, de manera
notable, al grupo.
Desde las últimas décadas, esta
tradición rural del empleo de fajas de cintura, extrapolada a la esfera urbana,
ha entrado en gran vigencia influyendo de manera notable en su consumo local,
como parte imprescindible de la vestimenta que acompaña los eventos
performativos de la identidad huanca, entre la multitud de jóvenes danzantes de
Huaylarsh. Éstos compiten en importantes concursos desarrollados en los
diversos distritos de Huancayo y Lima, en la temporada de carnavales.
Es decir, no es la estandarización de
una prenda destinada a su comercialización como recuerdo de una visita al Perú,
es más que eso, es su incorporación como parte de una vestimenta que identifica
a quien la porta como miembro de un territorio particular y de una comunidad
étnica.
Conocí poco a doña Cancialina Laureano
—magnífica tejedora de fajas— en el ámbito de la Asociación “Kamaq Maki”,
extraordinario proyecto que logró rescatar y revitalizar muchas de las líneas
artesanales más representativas del valle del Mantaro, allá por la década de
los 80, gracias al tesón y entrega de doña Francisca Mayer y del equipo de
artistas populares que la acompañaron sin desmayo. Las finas fajas tejidas por
doña Cancialina lograron preservar la calidad de los diseños, en la justeza de
las proporciones y la delicadeza de las tonalidades naturales, que destacaban
el dibujo sobre el fondo listado.
Nadie como ella para mantener
generosamente dispuestos los 840 hilos de la urdimbre —cuando el patrón actual
alcanza escasamente los 440— distribuidos en los tres lisos que controlan los
sectores de color. Otra excelencia de la diestra tejedora ha sido el
mantenimiento y transmisión de este particular sistema de ideas, que configura
una lógica matemática para escoger los pares de hilos y desarrollar los
dibujos, desde la memoria, en las dos caras de las urdimbres complementarias.
Cancialina Laureano nunca recibió un
homenaje oficial en vida, ella tejía recreando la cultura heredada de sus
padres y estaba orgullosa de su tarea. Su aporte como portadora de la memoria
del tejido tradicional huanca, recogido afortunadamente por su hija Blanca
Huamán, abre perspectivas para incorporar este importante conocimiento
especializado del tejido de fajas, de la zona sureña del valle, al gran
panorama cultural e histórico del Mantaro y al mapa textil del país, reivindicando
su valor patrimonial.
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