En la tierra de los ciegos...
Roberto Loayza
En épocas de profunda depresión las vías de escape son muchas, ya sea con alcohol, con comida o con mujeres. En mi caso fueron los libros, me puse como meta leer un mínimo de 3 libros por semana. Aún no salía de mi asombro con “La guerra del fin del mundo”, cuando cayó en mis manos “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. ¿Ciencia ficción?, ¿realismo mágico?, ni idea, lo cierto es que resultó una lectura fuerte, difícil, pero inolvidable. Descubrir que en medio de esas espantosas 500 páginas se encontraba nuestra realidad desnuda fue un golpe, y uno muy fuerte.
La pesadilla de unas personas sin nombre en una ciudad sin nombre que al quedar ciegos (una blanca y espesa ceguera) encuentran lo peor de sí mismos. Casi se puede percibir el olor a podredumbre de las calles, casi podemos saborear la gallina cruda en la casa de la anciana. La esperanza, sin embargo, reside en la única persona que no pierde la vista, la mujer del doctor, de quien Saramago se vale para darnos un agrio ensayo sobre el comportamiento humano, sobre la vida y finalmente sobre la muerte.
Los gnósticos hablan siempre del espejo en donde, si miramos con cuidado, descubriremos a los horribles monstruos que llevamos dentro; es el efecto exacto que logra este autor portugués dentro de sus inmensos párrafos.
No apta para paladares sensibles, el “happy end” me dejó un mal sabor de boca, hubiera preferido un final más devastador. Sin embargo, la esperanza también es melancólica, como la vida misma.
La versión cinematográfica, dirigida por Fernando Meirelles, el mismo de la inolvidable “Ciudad de Dios”, sin ser un desastre, no le hace justicia al libro.
Saramago nos dejó hace poco y, perdón por la tristeza, se le extraña demasiado.
En épocas de profunda depresión las vías de escape son muchas, ya sea con alcohol, con comida o con mujeres. En mi caso fueron los libros, me puse como meta leer un mínimo de 3 libros por semana. Aún no salía de mi asombro con “La guerra del fin del mundo”, cuando cayó en mis manos “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. ¿Ciencia ficción?, ¿realismo mágico?, ni idea, lo cierto es que resultó una lectura fuerte, difícil, pero inolvidable. Descubrir que en medio de esas espantosas 500 páginas se encontraba nuestra realidad desnuda fue un golpe, y uno muy fuerte.
La pesadilla de unas personas sin nombre en una ciudad sin nombre que al quedar ciegos (una blanca y espesa ceguera) encuentran lo peor de sí mismos. Casi se puede percibir el olor a podredumbre de las calles, casi podemos saborear la gallina cruda en la casa de la anciana. La esperanza, sin embargo, reside en la única persona que no pierde la vista, la mujer del doctor, de quien Saramago se vale para darnos un agrio ensayo sobre el comportamiento humano, sobre la vida y finalmente sobre la muerte.
Los gnósticos hablan siempre del espejo en donde, si miramos con cuidado, descubriremos a los horribles monstruos que llevamos dentro; es el efecto exacto que logra este autor portugués dentro de sus inmensos párrafos.
No apta para paladares sensibles, el “happy end” me dejó un mal sabor de boca, hubiera preferido un final más devastador. Sin embargo, la esperanza también es melancólica, como la vida misma.
La versión cinematográfica, dirigida por Fernando Meirelles, el mismo de la inolvidable “Ciudad de Dios”, sin ser un desastre, no le hace justicia al libro.
Saramago nos dejó hace poco y, perdón por la tristeza, se le extraña demasiado.
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