Nicolas Matayoshi
Hay una muy conocida cita de Arguedas: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.
Arguedas es, evidentemente, una maravillosa alquimia entre la ciencia, con su profesión de antropólogo y con su vocación de novelista y poeta. Arguedas construye sus saberes a partir de una metodología científica, pero a partir de un credo y una fe, que se refleja en la necesidad de transformar la realidad social, asume el compromiso social que tiene todo ser humano conciente al margen de su quehacer profesional o de su vocación artística.
La literatura necesaria se escribe con la sangre de la pasión, la creación literaria al tener raíces en la tierra, resulta importante e imprescindible, porque es de esa fecunda savia donde nos nutrimos todos los peruanos, para Arguedas no se trataba de hacer culto a la palabras, sino, más bien, hacer metáfora de las luchas por la dignidad y reivindicación de los desheredados de la tierra.
El doctor Rodrigo Montoya afirmó con acierto que: “Arguedas no es un autor para leerlo y disfrutarlo una tarde, es un autor para leerlo y sentirlo todo el tiempo. Arguedas, Vallejo y Mariátegui son, en mi opinión, tres hombres que marcan el país, que lo fundan, que colocan las primeras piedras de algo llamable identidad peruana o sentimiento de pertenencia al Perú.”
El periodista colombiano Carlos Vidales, uno de los amigos que disfrutó de la amistad de Arguedas en sus últimos días, nos señala una faceta poco conocida de nuestro escritor, cuando rememora una cita del poeta norteamericano Walt Whitman: "Tremenda y deslumbrante la aurora me mataría, si yo no llevase, ahora y siempre, otra aurora dentro de mí", era la frase de Whitman que Arguedas repitió incansablemente durante sus largas conversaciones. “Porque habiendo perdido hasta la fe en sí mismo, jamás perdió la fe en el porvenir de los suyos.”
Surge la pregunta: ¿De dónde le venía esa fe inquebrantable? No se trata de una afirmación literaria, se trata de una convicción científica, producto de sus estudios etnológicos, que inician en Huancayo, junto a una de sus más ambiciosas investigaciones que alcanzan su cima en la tesis doctoral: “Las comunidades del Perú y España”. Carlos Vidales nos ilustra: “El crecimiento del mercado transformó las ciudades y pueblos de la Sierra motivando a Arguedas, en la década de los años 50, a hacer sendos estudios etnológicos centrados en Huamanga, Huancayo y Puquio”. Ya en 1952, zanjando con el indigenismo de su maestro Luis Valcárcel, escribía: “Es inexacto considerar como peruano únicamente lo indio; es tan erróneo como sostener que lo antiguo permanece intangible […] las culturas europea e india han convivido en un mismo territorio en incesante reacción mutua”.
El propio Arguedas, en 1939 ya había mencionado un hecho incuestionable: "En nosotros, la gente del Ande, hace pocos años ha empezado el conflicto del idioma, como real y expreso en nuestra literatura; desde Vallejo hasta el último poeta del Ande. El mismo conflicto que sintiera, aunque en forma más ruda, Huamán Poma de Ayala. Si hablamos en castellano puro, no decimos ni del paisaje ni de nuestro mundo interior; porque el mestizo no ha logrado todavía dominar el castellano como su idioma y el kechwa es aún su medio legítimo de expresión. Pero si escribimos en kechwa hacemos literatura estrecha y condenada al olvido".
Arguedas, sabía que en el proceso del desarrollo de la cultura, nada permanece inmutable, que los intercambios se producen con el simple contacto entre los pueblos, he ahí el planteamiento de “Todas las sangres”, los diversos torrentes uniéndose en un mismo cauce llamado Perú: españoles, quechuas, aimaras, amazónicos, africanos, europeos, asiáticos, etc. Confluencia feliz de un fecundo mestizaje.
Vidales termina diciendo que esto nos lleva a la época actual, si asumimos que los idiomas nativos son los portantes de los valores culturales, sociales y éticos de los pueblos, debemos preservarlos, protegerlos y promoverlos. Si en el pasado era un asunto de reivindicación social, ahora se trata de reivindicar el orgullo por nuestra identidad como patrimonio espiritual.
Debemos cambiar el signo de que nuestros niños se rehúsen a hablar en quechua, porque se trata de un idioma de “indios”, la pluriculturalidad nos enriquece, podemos aprender más de la ciencia, leyendo en inglés, pero podemos fortalecer nuestros espíritus conociendo el idioma de nuestros mayores.
Hay una muy conocida cita de Arguedas: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”.
Arguedas es, evidentemente, una maravillosa alquimia entre la ciencia, con su profesión de antropólogo y con su vocación de novelista y poeta. Arguedas construye sus saberes a partir de una metodología científica, pero a partir de un credo y una fe, que se refleja en la necesidad de transformar la realidad social, asume el compromiso social que tiene todo ser humano conciente al margen de su quehacer profesional o de su vocación artística.
La literatura necesaria se escribe con la sangre de la pasión, la creación literaria al tener raíces en la tierra, resulta importante e imprescindible, porque es de esa fecunda savia donde nos nutrimos todos los peruanos, para Arguedas no se trataba de hacer culto a la palabras, sino, más bien, hacer metáfora de las luchas por la dignidad y reivindicación de los desheredados de la tierra.
El doctor Rodrigo Montoya afirmó con acierto que: “Arguedas no es un autor para leerlo y disfrutarlo una tarde, es un autor para leerlo y sentirlo todo el tiempo. Arguedas, Vallejo y Mariátegui son, en mi opinión, tres hombres que marcan el país, que lo fundan, que colocan las primeras piedras de algo llamable identidad peruana o sentimiento de pertenencia al Perú.”
El periodista colombiano Carlos Vidales, uno de los amigos que disfrutó de la amistad de Arguedas en sus últimos días, nos señala una faceta poco conocida de nuestro escritor, cuando rememora una cita del poeta norteamericano Walt Whitman: "Tremenda y deslumbrante la aurora me mataría, si yo no llevase, ahora y siempre, otra aurora dentro de mí", era la frase de Whitman que Arguedas repitió incansablemente durante sus largas conversaciones. “Porque habiendo perdido hasta la fe en sí mismo, jamás perdió la fe en el porvenir de los suyos.”
Surge la pregunta: ¿De dónde le venía esa fe inquebrantable? No se trata de una afirmación literaria, se trata de una convicción científica, producto de sus estudios etnológicos, que inician en Huancayo, junto a una de sus más ambiciosas investigaciones que alcanzan su cima en la tesis doctoral: “Las comunidades del Perú y España”. Carlos Vidales nos ilustra: “El crecimiento del mercado transformó las ciudades y pueblos de la Sierra motivando a Arguedas, en la década de los años 50, a hacer sendos estudios etnológicos centrados en Huamanga, Huancayo y Puquio”. Ya en 1952, zanjando con el indigenismo de su maestro Luis Valcárcel, escribía: “Es inexacto considerar como peruano únicamente lo indio; es tan erróneo como sostener que lo antiguo permanece intangible […] las culturas europea e india han convivido en un mismo territorio en incesante reacción mutua”.
El propio Arguedas, en 1939 ya había mencionado un hecho incuestionable: "En nosotros, la gente del Ande, hace pocos años ha empezado el conflicto del idioma, como real y expreso en nuestra literatura; desde Vallejo hasta el último poeta del Ande. El mismo conflicto que sintiera, aunque en forma más ruda, Huamán Poma de Ayala. Si hablamos en castellano puro, no decimos ni del paisaje ni de nuestro mundo interior; porque el mestizo no ha logrado todavía dominar el castellano como su idioma y el kechwa es aún su medio legítimo de expresión. Pero si escribimos en kechwa hacemos literatura estrecha y condenada al olvido".
Arguedas, sabía que en el proceso del desarrollo de la cultura, nada permanece inmutable, que los intercambios se producen con el simple contacto entre los pueblos, he ahí el planteamiento de “Todas las sangres”, los diversos torrentes uniéndose en un mismo cauce llamado Perú: españoles, quechuas, aimaras, amazónicos, africanos, europeos, asiáticos, etc. Confluencia feliz de un fecundo mestizaje.
Vidales termina diciendo que esto nos lleva a la época actual, si asumimos que los idiomas nativos son los portantes de los valores culturales, sociales y éticos de los pueblos, debemos preservarlos, protegerlos y promoverlos. Si en el pasado era un asunto de reivindicación social, ahora se trata de reivindicar el orgullo por nuestra identidad como patrimonio espiritual.
Debemos cambiar el signo de que nuestros niños se rehúsen a hablar en quechua, porque se trata de un idioma de “indios”, la pluriculturalidad nos enriquece, podemos aprender más de la ciencia, leyendo en inglés, pero podemos fortalecer nuestros espíritus conociendo el idioma de nuestros mayores.
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