Hamilton R. Raymundo Rivera
El 17 de noviembre pasado se realizó un fórum panel, en la Municipalidad Provincial de Jauja, titulado: “Jauja, ¿primera capital histórica del Perú?”. El objetivo: contemplar la posibilidad de legalizar, mediante un decreto legislativo, dicho título a fin de que resalte nuestra condición de primeros elegidos por los españoles en el contexto de su empresa de invasión y conquista. Se expusieron tres puntos de vista.
En la primera exposición se detalló las veces en que Jauja se fundó y por ello la alta probabilidad, gracias a las evidencias encontradas, de la existencia de un Acta Fundacional, pero que hasta hoy es inubicable, situación que autorizaría el pedido ante el Congreso de la República.
La siguiente apreciación partió de una pregunta medular: “Realmente, ¿Qué les obliga a legalizar dicho título vía Proyecto de Ley?”. En todo caso, ensayemos una explicación. A la llegada de los españoles, el Tahuantinsuyo era la suma de señoríos regionales en proceso de consolidación nacional, y el llamado colaboracionismo, o abyecto entreguismo, de los Xauxas a los españoles (hecho comprensible), lo cual solo fue un craso error asumido por éstos en el proceso de la colonización.
Pero de ningún modo es razonable la intención de que ciertos ciudadanos jaujinos, cinco siglos después, pretendan legalizar dicho error, dándole una implícita aprobación, como si fuera de común consenso. No quieren darse por enterados que en primer lugar, los ibéricos eran sólo soldados empresarios, cuyo cometido se efectuó a través de capitales asociados, no los movía el interés de buscar alguna tierra prometida, sino solo el de recuperar y darle un valor agregado a lo invertido, solo fue una empresa privada.
En este negocio la Corona española inicialmente no intervino. Por tanto, todo lo que hicieron, incluso hasta el nacimiento de Doña Francisca Pizarro, fue sólo parte de un cálculo político y militar al cual ciertos personajes rinden sentidas pleitesías, tratando de revivir un pasadísimo regionalismo de connotaciones racistas, el mismo que continuaría justificando la actitud de presumirse citadinos de rancio abolengo, sustrato ideológico bizantino que seguirá dividiendo a la sociedad jaujina, en dos grupos: los que dicen poseer más derecho frente a los otros, manteniendo una invisible pero existente brecha, factor que terminará retardando la posibilidad (a sus nuevos habitantes), de hacerla suya. Y como no podemos amar lo que nos es extraño, continuará dificultando la construcción de una relación social más gnómica que permita el desarrollo de Jauja y, por lo tanto, forje un país de todas las sangres.
No quieren asumir que, desde las décadas de los 80´s y 90´s, ha empezado a fraguarse una nueva Jauja, mayoritariamente distritana, no de otras provincias y regiones; éstos son los nuevos paladines de la actividad comercial, educativa y hasta cultural; los mismos que se sienten herederos de los Xauxas, pero no de aquel señorío presente hasta los años 50, menos aún de los encopetados nacidos entre desde los 40, los mismos que han terminado retirándose mayoritariamente de esta ciudad a partir de la década de los 80´s.
La tercera propuesta afirma que dicho título permitiría gestionar recursos. Sólo nos limitamos a decir que es amoral y apátrida. Nos preguntamos: “¿Y si al benefactor no le gusta nuestra realidad histórica?”, sencillamente en nombre del dinero tendríamos que esconder la veracidad y nuestra verdadera identidad seguiría escondida en un sarcófago esperando su redención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe tu comentario aquí.