Luis Cárdenas Raschio
En el mes de mayo, se celebran las fiestas a las cruces en todo el territorio nacional con características y costumbres propias de cada lugar, especialmente en todo el Valle del Mantaro.
Recuerdo que por los años 40, escuché de la voz de mi profesor Jesús Vega Ortiz, quien era el Director de la escuela San Luis de Gonzaga, con ocasión de la fiesta de la Cruz de Chilca, lo siguiente:
“Cuando Pizarro y su ejército pasaban por el camino de los incas, el Gran Capac Ñan (hoy la Calle Real), con rumbo al Cuzco, dejó a uno de sus soldados en una choza cerca al río Chilca, porque estaba muy enfermo y casi moribundo, para que descanse en paz. El soldado en su delirio de muerte vio a tres Cristos que lo juzgaban por todos sus pecados y fechorías; el primero era el Juez Supremo, el segundo el Fiscal quién se encargaba de recordarle todo lo que había hecho en el transcurso de su vida, y el tercero era el Abogado que lo defendía de todo lo acusado. El Juez Supremo al escuchar a las dos partes dio como sentencia que el moribundo debía vivir por muchos años más, con la condición de arrepentirse de todos sus pecados, de ser un hombre de bien, y de propagar la fe cristiana. Los curanderos huancas conjuraron sus males y ya recuperado, confeccionó tres cruces y construyó una pequeña capilla”. Ésta fue reemplazada por una nueva en la década del 50.
La cruz ha asimilado las funciones de los huancas, y la religiosidad popular ha sabido darle características andinas, colocando dentro de los misterios a sus propias deidades, como: el sol, la luna, las estrellas, o un manto acompañado de otros más pequeños llamados esclavinas, que son colocados en las manos y pies del crucificado.
Cuando empezaba la novena a la cruz, los devotos la llevaban a sus hogares, donde realizaban el “velacuy” con cantos, rezos, sabrosos ponches y bizcochuelos, se bailaba “jachuas” y “huaynitos”. Después de haber rezado, bailado y tomado, se servía un suculento desayuno, consistente en un plato hondo de mondongo, una taza de café y panes con chicharon. Así, la cruz iba a la casa de otro devoto, que a su vez tenía que realizar un nuevo “velacuy”.
Entonces pasaban los nueve días de “velacuy” hasta que llegaba la víspera. A partir de las dos de la tarde del miércoles, se colocaban las vivanderas a ambos lados de la calle Real, desde el jirón Huánuco hasta la Av. Ferrocarril, también habían castillones, toritos, bandas, conjuntos de Chonguinada, Las Collas, Los Negritos, Los Huancadanzas, y Danzantes de Tijeras de Pariahuanca.
A partir de las ocho de la noche, empezaba a arder los castillones y los toritos buscapiques.
El día central era el tercer jueves del mes de mayo. A las seis de la mañana reventaban los cohetes, anunciando el alba. Los mayordomos invitaban el desayuno a todos sus invitados. Más tarde, la misa se efectuaba delante de la capilla, en plena calle Real, a donde acudían todas las autoridades de Huancayo y de pueblos aledaños, los alumnos de todos los colegios, los miembros de la hermandad Sociedad Santísima Cruz de Chilca, y los devotos en general.
Terminada la celebración, se realizaba la procesión, con un recorrido desde la capilla hasta la catedral, en el cual pasaba por muchos arcos, típicamente adornados con corneteros que al paso de la cruz tocaban la música especial de capitanía.
Era hermoso ver a las “cotunchas” con sus balayes llenos de flores que derramaban al paso de la cruz, las damas de la Sociedad Huanca, muy elegantes, con velo en la cabeza también acompañaban. Cuando la imagen regresaba a su capilla, comenzaba el bullicio general por Los Chonguinos, Los Negritos, Las Collas y los Danzantes de Tijeras; los cohetes que reventaban tenían un sonido estridente muy fuerte. A las vivanderas les faltaban manos para servir los picarones, los chicharrones, el cuy colorado, la mazamorra de chuno, caya y muchos potajes más.
Así transcurría el primer día; en el segundo se realizaba otra procesión pero con un recorrido más corto por las calles aledañas a la capilla, y por la tarde se realizaba el jalapato, en el cual participaban todos los hacendados del valle. El sábado se hacía otro “jalapato” para el campesinado, y también “cortamontes”. Así se realizaba la fiesta en honor al “Tayta Chilca”. Hoy solo nos queda recordar, ya no hay capilla y las Cruces están repartidas por diferentes templos.
En el mes de mayo, se celebran las fiestas a las cruces en todo el territorio nacional con características y costumbres propias de cada lugar, especialmente en todo el Valle del Mantaro.
Recuerdo que por los años 40, escuché de la voz de mi profesor Jesús Vega Ortiz, quien era el Director de la escuela San Luis de Gonzaga, con ocasión de la fiesta de la Cruz de Chilca, lo siguiente:
“Cuando Pizarro y su ejército pasaban por el camino de los incas, el Gran Capac Ñan (hoy la Calle Real), con rumbo al Cuzco, dejó a uno de sus soldados en una choza cerca al río Chilca, porque estaba muy enfermo y casi moribundo, para que descanse en paz. El soldado en su delirio de muerte vio a tres Cristos que lo juzgaban por todos sus pecados y fechorías; el primero era el Juez Supremo, el segundo el Fiscal quién se encargaba de recordarle todo lo que había hecho en el transcurso de su vida, y el tercero era el Abogado que lo defendía de todo lo acusado. El Juez Supremo al escuchar a las dos partes dio como sentencia que el moribundo debía vivir por muchos años más, con la condición de arrepentirse de todos sus pecados, de ser un hombre de bien, y de propagar la fe cristiana. Los curanderos huancas conjuraron sus males y ya recuperado, confeccionó tres cruces y construyó una pequeña capilla”. Ésta fue reemplazada por una nueva en la década del 50.
La cruz ha asimilado las funciones de los huancas, y la religiosidad popular ha sabido darle características andinas, colocando dentro de los misterios a sus propias deidades, como: el sol, la luna, las estrellas, o un manto acompañado de otros más pequeños llamados esclavinas, que son colocados en las manos y pies del crucificado.
Cuando empezaba la novena a la cruz, los devotos la llevaban a sus hogares, donde realizaban el “velacuy” con cantos, rezos, sabrosos ponches y bizcochuelos, se bailaba “jachuas” y “huaynitos”. Después de haber rezado, bailado y tomado, se servía un suculento desayuno, consistente en un plato hondo de mondongo, una taza de café y panes con chicharon. Así, la cruz iba a la casa de otro devoto, que a su vez tenía que realizar un nuevo “velacuy”.
Entonces pasaban los nueve días de “velacuy” hasta que llegaba la víspera. A partir de las dos de la tarde del miércoles, se colocaban las vivanderas a ambos lados de la calle Real, desde el jirón Huánuco hasta la Av. Ferrocarril, también habían castillones, toritos, bandas, conjuntos de Chonguinada, Las Collas, Los Negritos, Los Huancadanzas, y Danzantes de Tijeras de Pariahuanca.
A partir de las ocho de la noche, empezaba a arder los castillones y los toritos buscapiques.
El día central era el tercer jueves del mes de mayo. A las seis de la mañana reventaban los cohetes, anunciando el alba. Los mayordomos invitaban el desayuno a todos sus invitados. Más tarde, la misa se efectuaba delante de la capilla, en plena calle Real, a donde acudían todas las autoridades de Huancayo y de pueblos aledaños, los alumnos de todos los colegios, los miembros de la hermandad Sociedad Santísima Cruz de Chilca, y los devotos en general.
Terminada la celebración, se realizaba la procesión, con un recorrido desde la capilla hasta la catedral, en el cual pasaba por muchos arcos, típicamente adornados con corneteros que al paso de la cruz tocaban la música especial de capitanía.
Era hermoso ver a las “cotunchas” con sus balayes llenos de flores que derramaban al paso de la cruz, las damas de la Sociedad Huanca, muy elegantes, con velo en la cabeza también acompañaban. Cuando la imagen regresaba a su capilla, comenzaba el bullicio general por Los Chonguinos, Los Negritos, Las Collas y los Danzantes de Tijeras; los cohetes que reventaban tenían un sonido estridente muy fuerte. A las vivanderas les faltaban manos para servir los picarones, los chicharrones, el cuy colorado, la mazamorra de chuno, caya y muchos potajes más.
Así transcurría el primer día; en el segundo se realizaba otra procesión pero con un recorrido más corto por las calles aledañas a la capilla, y por la tarde se realizaba el jalapato, en el cual participaban todos los hacendados del valle. El sábado se hacía otro “jalapato” para el campesinado, y también “cortamontes”. Así se realizaba la fiesta en honor al “Tayta Chilca”. Hoy solo nos queda recordar, ya no hay capilla y las Cruces están repartidas por diferentes templos.
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