Hace algunas semanas, en un viaje con estudiantes de arquitectura, visité la ciudad del Cusco, lugar donde por trabajos realizados tiempo atrás para el Instituto Nacional de Fomento Municipal (INFOM), a través de un programa de asistencia técnica a municipalidades, tuve la oportunidad de conocer la realidad de los gobiernos locales.
Es en la plaza principal de Pisac, la primera ciudad del Valle Sagrado —en la cual antes se podía percibir la grata sensación de sus proporciones, junto al predominio del tratamiento de pisos empedrados, así como la presencia del inmenso árbol nativo—, donde hoy se hace evidente la frase que encabeza el presente artículo. Se puede ver que éste espacio ha sido colmado por una sucesión de módulos de venta de artesanía y “souvenirs”. Este grato y conocido escenario ferial se ha convertido en un espectáculo de transacción permanente, donde se aprecia con claridad cómo el comercio ha aniquilado la accesibilidad a este espacio público, así como la visibilidad del otrora protagónico “Pisonay” —en el cual se hallaban una especie de hermosas flores autóctonas— considerado como sagrado en el incanato, que identifica al Cusco y su historia.
Al llegar a Ollantaytambo se puede percibir que éste parece seguir la misma tendencia de Pisac, pues en su plaza principal de Araccama, desde la cual se accede a los diferentes puntos de interés arqueológico, lo que más destaca desde el inicio son los variopintos módulos de venta que la ocupan en gran parte de su entorno. Es así que las diversas calles de trazo inca que todavía se conservan —cuya sucesión visual podría ser clara y didáctica—, en términos urbanísticos, se diluyen dentro del considerable emplazamiento de “stands”, quedando la percepción del lugar relegada a un recorrido en direcciones diversas que se torna vago e impreciso.
El centro poblado de Aguas Calientes, antesala de la ciudadela de Machu Picchu, no es ajeno a la elucubración de algunos puntos de vista respecto a su tratamiento y crecimiento urbano, el cual ha ido incrementando de manera anárquica a lo largo del río del mismo nombre. Edificaciones carentes de alineamiento cuya volumetría dispar es arbitraria y en la que, como en los casos anteriores, la actividad comercial ha subyugado la calidad de la imagen urbana. En lugares como éste, en los que la geografía y escasa disponibilidad de superficie exige orden y economía de espacio, es notoria la ausencia de un adecuado instrumento de gestión urbano territorial que contemple normas específicas en las que se establezcan las características volumétricas, alturas, retiros e incluso el tipo de materiales que se tendrían que aplicar en los acabados de las edificaciones.
La ciudadela inca fue, sin duda, lo más reconfortante de este trayecto cuyas lecciones vivas de peruanidad y relación dialógica, entre la arquitectura y el lugar, serán siempre insuficientes y difíciles de describir; aquí se vienen realizando acciones positivas de conservación, mantenimiento y protección, además hay eficiencia en cuanto a los servicios de transporte de arribo y salida, desde y hacia el conjunto urbano arquitectónico, siendo incluso acertado el hecho de que se limite el aforo diario de personas, con la finalidad de mitigar los impactos producidos por la desbordante cantidad de visitantes.
Días antes de que arribáramos al Cusco tuvo lugar en esta ciudad el XII Congreso Nacional de Arquitectos cuyo tema central fue “Arquitectura y ciudad para el siglo XXI”, con énfasis en el patrimonio arquitectónico y cultural, cuyo contexto de discusión y aplicabilidad de conclusiones, propio de estos foros, tendría que aportar de modo insoslayable al análisis y discusión de estas malas prácticas urbanas que parecen estar asfixiando los valores esenciales de lugares como estos, en los que al existir una eclosión de demanda de espacios de uso comercial, tendrían que ser cuidadosamente estudiados y reubicados hacia otras áreas evitando que esta especie de “agorangitis” urbana se disemine y acabe desfigurando la estructura de estas pequeñas ciudades.
Estos desencuentros reflejan la escasa presencia de los gobiernos locales en su papel fundamental de ser los entes reguladores del crecimiento y desarrollo equilibrado, y dadas las características esto debe ser decididamente apoyado y exigido desde el gobierno municipal, provincial o cualquier otra institución que pueda intervenir en el asunto.
Es notoria la ausencia de un adecuado instrumento de gestión urbano territorial que contemple normas específicas en las que se establezcan las características volumétricas, alturas, retiros e incluso el tipo de materiales que se tendrían que aplicar.
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